He salido de paseo por la campiña de Jerez, huyendo del frenesí del consumismo navideño. Mientras caminaba, al ver cómo los diminutos geranios silvestres se abrían paso con fuerza entre las capas de hojarasca para encontrar la luz y florecer, pensaba en lo importante que es la esperanza para emprender un nuevo año.

La palabra esperanza viene de la raíz spe-, que significa "florecer", "crecer con fuerza". No hay, pues, idea de pasividad en el concepto de esperanza, sino que, al contrario, éste conlleva las ideas de crecimiento, de acción y, por tanto, de riesgo. La esperanza se distingue en eso de la espera. La espera es pasiva, y está ligada generalmente al deseo de bienes materiales, por lo que a menudo conduce al aburrimiento y a la desilusión.

La espera tiene que ver con lo esperado, con lo esperable, mientras que la esperanza es como un presentimiento secreto de aquello que está por venir y que no esperamos. La esperanza es lo que nos impulsa a encontrar lo inesperado, como diría Heráclito de Éfeso. Es lo que nos hace resistir frente a la adversidad. No se trata de un optimismo ingenuo, sino de la constatación lógica de que toda acción puede producir efectos inesperables. El naturalista y pensador ruso Kropotkin dijo, en su tratado del espíritu de la rebelión: “Si la desesperación a menudo lleva a los hombres a rebelarse, es siempre la esperanza la que hace las revoluciones”.

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