Una viajera, llegando a Jerez en tren procedente de Madrid. FOTO: MANU GARCÍA
Una viajera, llegando a Jerez en tren procedente de Madrid. FOTO: MANU GARCÍA

La vida nos ha dado otra oportunidad. Después del tiempo virtual nos hemos vuelto a tocar. Los abrazos han rodeado los cuerpos deseosos de sentir. De dar y recibir cariño.  Hemos ido dejando la obligada y prudente distancia para viajar a  destinos prohibidos y poder reunirnos con la familia. Esta era la recompensa de la espera.

Llega el día de hacer las maletas y se te hace raro. Todos en casa vamos preguntándonos qué llevo.  Se nota en el ambiente un nerviosismo diferente ,aunque  el recorrido es el mismo que hemos hecho durante muchos años,  pero parece nuevo. 

Sabes que ¡por fin! la carretera nos espera libre. Algo extraordinario estaba pasando; ya podíamos viajar entre comunidades. ¡Qué cosas! Pero sí, esto supone mucho más que  levantar una prohibición impuesta por fuerza mayor. Supone la libre circulación, ¡la libertad!. 

Es volver a lo que tenías, a aquello que no le dabas la menor importancia porque formaba parte de tu rutina, de lo cotidiano. Dependía de ti, decidías tú. Hasta que un agujero negro nos interceptó el paso. Otros mandaban, ordenaban por nosotros. Se decretó un estado de alarma que no habíamos conocido hasta ahora convirtiéndonos, por nuestra propia seguridad y salud, en rehenes de nuestras vidas. 

En horas se levantaron muros imaginarios pero imposibles de traspasar. Y cuando todo parece una pesadilla, que está en nuestras manos no volver a repetir, volvemos a recuperar el timón de nuestras vidas, de nuestro tiempo. Todo se va haciendo posible.  Es como caer, levantarse y comenzar de nuevo porque las biografías de cada uno están hechas de eternos comienzos. 

Y así nos pusimos en marcha, con maletas llenas de ilusiones renovadas. Durante el viaje pensábamos si sería peligroso abrazar a nuestros padres, si  tendríamos que entrar con mascarilla a la casa. Ellos decidieron por nosotros cuando a la entrada de la casa nos esperaban con la puerta abierta. “Quitaros eso”. Y el abrazo reconfortante de cada uno, la sonrisa feliz. El reencuentro. 

Después poco a poco fueron llegando los demás. El resto de la familia querida que no olvidas aunque estén lejos y así que pasen meses es como si nos hubiéramos visto ayer. Había merecido la pena. La espera tenía su recompensa. Como escribió mi hija en la distancia del confinamiento: “Endulcemos los días grises, porque nosotros somos la cura a los malos momentos. Pronto volveremos a abrazarnos”. Y así fue. Seamos sensatos y hagamos lo posible para que no vuelvan aquellos días oscuros.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído