Rajoy, a su salida del bar donde se refugió durante la tarde de la moción de censura.
Rajoy, a su salida del bar donde se refugió durante la tarde de la moción de censura.

Nos gusta un salseo. No lo neguemos. Ya sea en el mundo del corazón, en el deporte o en la política. Y así ha sido con la moción de censura de Rajoy y con la llegada de Pedro Sánchez a la presidencia. Tan solo hay que observar cuáles han sido los momentos más comentados tanto en redes sociales como en medios de comunicación en los últimos días para darse cuenta de esta pasión española por el cotilleo. Algunos de los temas estrella han sido los siguientes: El eterno almuerzo de Rajoy en un bar que ha conseguido más publicidad (no sé si buena o mala) que en toda su trayectoria. He aquí la parte gastronómica. El bolso de Soraya que ocupó el asiento de Rajoy en el Congreso durante unas horas y que se ha convertido en el complemento más analizado de los últimos días. He aquí la parte de moda.

El error de un diputado del PP al votar que sí en lugar de que no a la moción. He aquí la parte burlona que hace olvidar otros votos en los que no hubo error y que fueron muy significativos. Los memes y comentarios que recordaban a Cristina Cifuentes o Susana Díaz. He aquí la parte novelesca que incluye a protagonistas que nada tienen que ver con lo que está ocurriendo pero necesarias en la historia. La toma de posesión de Pedro Sánchez sin símbolos religiosos. He aquí la parte de aportar modernidad con algo que es realmente significativo y positivo pero que resta visibilidad a la importancia de un momento en el que, por cierto, tan solo había una mujer como representante de los españoles. El resto, hombres. Tampoco han faltado en estos días los repasos a la vida personal de Sánchez y las descripciones de Begoña, su mujer. En una sociedad cotilla, antes de saber qué va a hacer el nuevo presidente del Gobierno, hay que conocer con quién está casado o cuáles son sus aficiones.

Una vez más las anécdotas han ganado terreno a lo que verdaderamente importa. Pero, ¿y ahora qué? Es la pregunta a la que habría que responder y a la que no ha contestado ni Pedro Sánchez. En el debate de la moción lo que hicieron todos los grupos fue discutir por ver cuál es el partido más corrupto, echar por tierra el trabajo de unos y otros o recordar el pasado de forma innecesaria. Del futuro, de las medidas que va a tomar el nuevo Gobierno, ni rastro. Tanto a los que se marchan, como a los que llegan, como a los que se han quedado en un segundo plano les ha venido bien que lo anecdótico haya acaparado la atención. Seamos inteligentes y no nos quedemos ahí. Lo primero sobre lo que hay que reflexionar es sobre el significado de la palabra democracia.

Eso de que los ciudadanos sean quienes decidan se les ha olvidado. Probablemente si quedase en nuestras manos la elección del nuevo Gobierno el resultado sorprendería. Lo de “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer” está muy implantado en la sociedad española y sería horrible que eso ocurriese. Pero lo de que decidan por nosotros personas a las que ni hemos elegido no es justo, es aún peor. También debemos preocuparnos por las nuevas alianzas, por estar ante un país ingobernable al no tener la mayoría necesaria para sacar medias adelante, por estar rodeados de corruptos que nos roban a todos, y por cómo van a ser los próximos meses. Pero en el país del salseo la filosofía es que ya llegará el momento de darnos cuenta en cómo nos afecta este cambio sin cimientos. Mientras sintámonos orgullosos de tener un presidente atractivo, porque a eso parece que no nos gana nadie.

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