Voto por correo. FOTO: NUEVATRIBUNA.ES.
Voto por correo. FOTO: NUEVATRIBUNA.ES.

El 20 de diciembre de 2015 se celebraron en España elecciones generales. Por motivos laborales me resultaba imposible acudir a votar el día en cuestión. Lo de ejercer el derecho a voto en las mesas electorales me resulta un momento muy especial. Siempre acudo con ilusión, siendo consciente de lo que supone poder ejercer este derecho. Pero aquel año tuve que optar por votar por correo.

Esto era algo que a priori me resultaba muy buena opción por la comodidad y facilidad que suponía. Pero después de terminar el proceso de solicitar el voto, recibir los papeles e ir a la oficina a depositar mi votación me prometí a mí misma que salvo cuestiones de fuerza mayor, nunca más volvería a ejercer el voto por correo. Llámenme exagerada, pero el próximo 2 de diciembre adelantaré mi regreso de un viaje para poder ir a votar al colegio electoral que me corresponde con tal de no utilizar el sistema a distancia.

Esta decisión se debe a que aquella vez que decidí votar en una oficina de Correos sentí que fue un voto perdido. Pese a que resulta una comodidad para los que viven fuera, para quienes ese día viajan, para los que por cuestiones médicas no pueden acudir esa jornada a los colegios o para quienes simplemente prefieren hacerlo así, el sistema me resultó pésimo. Solicité el voto por correo y el siguiente paso consistía en que me entregasen la documentación en mi domicilio.

Cuando el personal de Correos fue a mi vivienda yo no me encontraba allí. En lugar de realizar un segundo intento o de notificarme que fuera a la oficina para recogerlo, le dejaron la documentación a quien estaba en casa en ese momento. Pero lo peor vino cuando fui a la oficina a entregar mi papeleta para el envío. Cuando le di el sobre al personal encargado de recogerlo no me pidieron el DNI ni ningún otro documento que me identificara. Les pregunté que por qué no me solicitaban mi identificación tratándose de algo tan importante como votar en unas elecciones. Me respondieron que no estaban obligados a pedirla. Desde ese instante el sistema de votar por correo me resultó un tanto fraudulento.

Sentí que si nadie se aseguró de entregarme personalmente la documentación para votar y nadie comprobó que la misma persona que entregaba el sobre con la papeleta era la que tenía que hacerlo, cualquiera podría haber votado por mí de una forma muy sencilla. Por mí y por muchos. Es como si al acudir a votar a los colegios electorales no te solicitan la identificación y puedes votar por ti, por tu padre y por tu madre.

Desconozco si en las elecciones que ha habido después de diciembre de 2015 el sistema ha sido igual o si a más personas les ha sucedido lo mismo. Pero después de mi experiencia el voto por correo no me transmite ni confianza ni credibilidad. Si cuando se acude a los colegios electorales hay que realizar el ejercicio de confiar en quienes realizan el recuento de las papeletas depositadas en las urnas, imaginen si a esto añadimos confiar en cómo trabaja Correos.

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