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La depresión postvacacional es uno de los temas estrella de estas semanas. Hace unos días escribí un post en mis redes sociales explicando lo que significa para mí desde hace siete años que comience septiembre. Viendo las respuestas, siento la necesidad de compartir también por aquí la reflexión. Algunos en lugar de depresión postvacacional sentimos depresión postlaboral. Me explico. Hay quienes vemos en el verano la oportunidad de trabajar en lo que nos gusta y cada 31 de agosto debemos volver a la realidad.

Durante el resto del año somos afortunados por tener trabajo —al menos algunos, no olvidemos que otros ni eso—. Aunque no sea lo que siempre habíamos soñado tenemos la oportunidad de tener una rutina y un sueldo. Aunque en la mayoría de ocasiones quede lejos de ser digno, tenemos que dar gracias por tenerlo, porque al menos nos permite sobrevivir. Pese a mi tesón por dedicarme al mundo de la comunicación ahora soy recepcionista —sí, un tema que también merece una reflexión—.

Estoy muy agradecida por tener un hueco en el mundo laboral pero si por algo me gusta el verano no es por las vacaciones. Es porque durante dos meses mi rutina se resume en ejercer mi profesión. Aprovecho las vacaciones o la reducción de jornada para compaginarlo con el periodismo. Y aunque siempre viene bien, les aseguro que el dinero no es el motivo principal por el que lo hago. Ni mucho menos. Lo hago porque he estudiado y he buscado mi sitio durante años para lograr esto.

A los que nos ocurre esto durante julio y agosto somos felices. Nos ponen el caramelo en la boca y nosotros, pese a las condiciones, lo saboreamos como si fuera la última vez. Lo mejor de estos días es poder tener ese sentimiento de sentirnos realizados. Lo peor, las injusticias a las que nos enfrentamos. Entre otras ver que hay quien ocupa el puesto que nosotros tanto queremos con desgana y quejas continuas. Y no se dan cuenta de que si las quejas nos las verbalizan a nosotros, lo que están haciendo es que nuestro nivel de mala leche aumente considerablemente. Esto no quiere decir que la gente no tenga derecho a quejarse ni a querer vivir en vacaciones eternas. A lo que voy es que hay que tener cuidado a la hora de expresar según qué y tener según qué actitud hacia personas que se cambiarían por ti con los ojos cerrados.

Siempre me dicen que cuando sea mayor entenderé lo que es la depresión postvacacional, que no sabré vivir sin vacaciones, que desearé que lleguen mis días de descanso. Cuando sea mayor dicen... ¡Pero si me queda poco para los 30! Lo que ocurre es que los que estamos en estas condiciones sufrimos el síndrome del eterno becario. Es decir, que nos ven como eternos becarios, piensan que tenemos que sacrificar nuestras vacaciones como si de hacer unas prácticas se tratase. Y no. Ya hemos aguantado y sufrido lo suficiente como para que encima nos traten como en los inicios. Por todo esto me he prometido a mí misma que si algún día llega la estabilidad, las ganas de tener vacaciones, el poder dedicarme a lo que me gusta, jamás me quejaré de la vuelta a la rutina. Siempre me acordaré de esta época y me prohibiré sufrir depresión postvacacional.

Por eso desde aquí quiero pedirles que si acaban de finalizar sus vacaciones, que si se dedican a lo que les gusta y les toca volver a la rutina laboral, lo disfruten. Valoren lo que tienen, sean felices por poder disfrutar de las vacaciones, pero sobre todo por poder dedicarse a aquello que les hace sentirse realizados y completos. Piensen por un momento que algunos nos cambiaríamos por ustedes con los ojos cerrados. Quéjense lo menos posible. Son muy afortunados.

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