La antihistoria de tu vida

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Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

Edward Hopper, ‘New York Movie’ (1939).
Edward Hopper, ‘New York Movie’ (1939).

Todas las historias tienen de algún modo una introducción, un nudo y un desenlace, salvo una llamada vida. Por más que nos obcequemos en lo contrario, nuestra vida comienza invariablemente in medias res, y carece aún de conclusión a la hora de la muerte, incluso cuando la muerte es voluntaria: recordemos al pobre Walter Benjamin, que, huyendo de los nazis, se suicidaba el día en que las autoridades decidieron rechazar el tipo de visado con el que trataba de cruzar España, que volverían a aceptar en cuestión de semanas. Nacemos y morimos en la Trama, y sin nosotros la Trama sigue: somos tan, tan prescindibles, que incluso podría haber seguido igual con nosotros.

 

Pese a los genes, pese a los lugares, pese a la lotería de las familias, nos fascina imaginar que tenemos un principio. Pese a lo inexhaustible de los deseos, de los sueños y de la creatividad de algunos, nos consuela pensar que 80 o 100 años sobran a un ser humano para dejar sus asuntos en orden sobre la tierra. Proyectamos, además, nuestra vida como si fuéramos a alcanzar la edad deseada, pero, aun si supiéramos la hora de nuestra muerte, nuestro proyecto no dejaría de ser un ejercicio de horror vacui más o menos abigarrado.

 

Cuando entramos en la sala, la película ya ha empezado. También saldremos antes de tiempo, debido a una cita ineludible con la Parca. Pero ¡que nadie se atreva a decirnos que no vimos esa película, por la que tuvimos que desplazarnos, perder media tarde y pagar la entrada íntegra! Leyendo críticas e impresiones ajenas, nos haremos rápidamente unos expertos en ella. El cerebro humano tiene sus limitaciones, pero puede hospedar unos pocos infinitos: la desproporción entre lo sabido y lo vivido es uno de ellos. La pedantería resulta, pues, una actitud cuasi animal, defensa virulenta del minúsculo territorio de lo que sabemos.

 

Si la vida es una película cuyo comienzo no recordamos y cuyo final nos perderemos, entonces es, a efectos prácticos, una película experimental. Los autores vanguardistas o surrealistas, lejos de distanciarse del hombre común, aproximan la narrativa al modo en que la empleamos en el día a día, con base en el azar. En este sentido, la narrativa es la más existencial de las artes, pues su material es aquel que usamos para cincelar nuestra vida: episodios, palabras, personajes, escenarios, fases, clímax, anticlímax, correspondencias y, como contrafuertes, olvidos, saltos, silencios, brechas, ausencias.

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