Decía un editor veterano que el 90% de los escritores en España no venden más de 50 ejemplares de su libro. Es una cifra que estremece, sobre todo si se piensa en las ilusiones, las horas de trabajo y la vocación que hay detrás de cada página escrita. Pero es un dato que refleja la crudeza del mercado editorial en este país.
La gran mayoría de quienes publican en España apenas alcanzan a convencer a familiares, amigos y algún lector despistado. A lo largo de los últimos treinta años, con la irrupción de la publicación digital y la autopublicación en plataformas como Amazon, se ha abierto una puerta que parecía clausurada durante siglos: cualquiera puede convertirse en autor. Pero la democratización ha traído consigo otro problema, quizá más insidioso que el antiguo filtro de los editores: la sobresaturación. Según la Unesco, en 2024 se publicaron en el mundo 2,2 millones de títulos. En España, la cifra anual ronda los 90.000, sumando las ediciones en papel, los ebooks, las publicaciones de editoriales y las de autores independientes. ¿Quién puede leer semejante avalancha?
Amazon, que al principio fue celebrada como la plataforma que nivelaba el terreno de juego, se ha visto obligada incluso a limitar el número de libros que se pueden subir por día. El motivo es inquietante: la proliferación de títulos generados por inteligencia artificial, a veces cincuenta diarios de un mismo usuario. Ante este panorama, el libro del escritor que trabaja años en un manuscrito convive, en el mismo escaparate, con un centenar de manuales automáticos sobre criptomonedas, recetas de cocina o mindfulness. Y en ese escaparate infinito, destacar es más difícil que nunca.
En España, apenas un 5% de los escritores logra vivir exclusivamente de la venta de sus libros. El resto necesita buscar ingresos adicionales, y ahí los caminos se bifurcan. Según un reportaje de La Sexta, un 78% de los autores compagina la escritura con un empleo completamente ajeno a la literatura. El 22% restante no significa que viva solo de sus regalías, sino que suele diversificar con trabajos vinculados al sector: talleres, conferencias, traducciones, guiones o colaboraciones culturales. La conclusión es la misma: de la escritura, sola, rara vez se sostiene una vida.
Las matemáticas son crueles. Un escritor recibe en torno a un 10% del precio de venta al público de su libro, descontado el IVA. Si un ejemplar cuesta veinte euros, el autor percibe dos. Y lo habitual es que ese pago se realice una vez al año, en el primer trimestre, tras recibir un informe de ventas que puede ser decepcionante. El dato medio no deja lugar a dudas: en España, la tirada habitual de un libro de ficción o no ficción se sitúa en 400 ejemplares vendidos. Cuatrocientos. Traducidos a ingresos, unos 800 euros para el autor tras meses de trabajo. Alcanzar el millar de ventas ya se considera un éxito relativo. Vender entre 2.000 y 3.000 ejemplares convierte al libro en “un logro”, y superar esa barrera es casi un milagro reservado a unos pocos nombres.
Las editoriales, conscientes de lo difícil que resulta acertar, han adoptado la estrategia de la sobreproducción. Publican decenas de títulos sabiendo que la mayoría se moverá en cifras discretas —400, 600, 700 ejemplares—, pero confiando en que uno o dos funcionen de verdad, vendan
10.000 y permitan cubrir los costes de los demás. Es la lógica de “comprar boletos”: cuantos más se tengan, más posibilidades de dar con un éxito. Pero ese sistema convierte al escritor en una estadística más dentro de un catálogo abultado, donde su obra puede quedar enterrada sin apenas promoción si no se percibe potencial de ventas.
El azar desempeña un papel determinante. El título escogido, la cubierta, el mes de lanzamiento, la coincidencia con otro libro de un autor famoso, la campaña de comunicación… cualquier detalle puede inclinar la balanza hacia el éxito o hacia el olvido. Un buen manuscrito no garantiza nada. Y lo mismo ocurre en la autopublicación. Amazon paga cada mes, lo que supone una ventaja de liquidez, pero en España esa regularidad plantea un problema fiscal: Hacienda interpreta que si percibes ingresos de forma periódica por tus libros estás ejerciendo una actividad económica, y eso obliga a darte de alta como autónoma, aunque los beneficios sean mínimos. A ello se suma que se espera que una sepa manejar publicidad digital, invertir en promoción y, además, lidiar con un algoritmo implacable. No es raro que, tras semanas de ilusión, el autor descubra que su libro se ha perdido en el marasmo de novedades, apenas con unas decenas de descargas
Por eso conviene insistir en lo obvio: escribir un libro no es un negocio, es una vocación, un oficio de resistencia. Y quienes logran sobrevivir de ello suelen hacerlo como los actores de teatro que encadenan giras, talleres y papeles secundarios: diversificando, aceptando encargos, manteniendo la escritura como núcleo, pero no como único sustento. La comparación no es casual: vivir de escribir en España es tan difícil como vivir de ser actriz de cine. Hay unas pocas estrellas de alfombra roja —los grandes nombres de ventas—, y una inmensa mayoría que sostiene la profesión desde la trinchera, con esfuerzo y precariedad.
Los números lo ilustran bien: un libro que alcanza los 3.000 ejemplares vendidos, cifra que garantiza una nueva publicación, reporta al autor unos 4.000 euros brutos. Y las editoriales recomiendan no sacar más de dos títulos al año para evitar la autocompetencia. De modo que, en el mejor de los escenarios, hablamos de 7.000 u 8.000 euros anuales. Y eso, insisto, si va bien. La mayoría de escritores nunca alcanza esas cifras. La realidad es que el éxito comercial es una rareza, no la norma.
Esto no significa que debamos dejar de escribir. Significa que debemos hacerlo con los ojos abiertos, sin falsas expectativas, sabiendo que el reconocimiento y la supervivencia dependen de muchas variables ajenas al talento. Significa, también, que deberíamos dejar de transmitir la idea de que escribir garantiza fama y dinero, porque es un espejismo que conduce a la frustración. Lo que sí garantiza —y no es poco— es la posibilidad de dialogar con los lectores, de dejar una huella, a veces mínima, pero valiosa, en quienes se acercan a nuestras páginas.
A las puertas de la presentación de nuestra asociación cultural, la Sociedad Literaria Sherlock Holmes, creada para el fomento de la lectura y otras actividades vinculadas con la literatura, conviene recordarlo: el verdadero éxito de un libro no se mide en cifras de ventas, sino en la conversación íntima que establece con cada lector. Aunque sean cincuenta, aunque sean cinco. Escribir, al fin y al cabo, no es plantar una industria, sino sembrar una voz. Y si esa voz resuena en alguien, aunque sea en un solo alguien, ya habrá valido la pena.
