Judas, el traidor

¿Se puede hacer una biografía de quien apenas sabemos nada? Si la vida de Jesús nos es poco conocida, menos aún la de Judas, el traidor por excelenci

'El beso de Judas', de Luca Giordano.
'El beso de Judas', de Luca Giordano. MUSEO DEL PRADO

¿Se puede hacer una biografía de quien apenas sabemos nada? Si la vida de Jesús nos es poco conocida, menos aún la de Judas, el traidor por excelencia. Hay quién duda incluso de su realidad como figura histórica, pero es poco probable que los primeros cristianos se inventaran una figura que representaba un obstáculo para la evangelización. Por eso mismo debió existir, dice Régis Burnet en El Evangelio de la traición (Edhasa, 2012). Prestigioso experto en historia religiosa, el autor analiza cuidadosamente los escasos elementos que nos aportan los textos bíblicos, datos que ofrecen más interrogantes que respuestas. ¿Era el tesorero de los doce apóstoles? ¿Por qué en el Nuevo Testamento se ofrecen dos relatos sobre su muerte incompatibles entre sí?

A lo largo de los siglos, exegetas de todo tipo se han esforzado en hallar explicaciones convincentes con las que llenar las lagunas que presenta nuestra información. Burnet resume la historia de estas interpretaciones, en una brillante mezcla de historia, reflexión teológica y crítica textual. En este último campo, hallamos novedades metodológicas con las que desmontar asentados tópicos. Así, el principio de pertinencia, que postula que un texto sólo proporciona la información necesaria para su comprensión, nos conduce a cuestionar las dudas sobre el sentido histórico de los evangelistas. ¿Por qué habrían de consignar aspectos obvios para su público? 

Cuando el lector, como en los buenos thrillers, se pregunta por el móvil del malvado, surge la manida hipótesis de la codicia. ¿Fue por dinero que Judas vendió a su maestro? Otros apuntan, en cambio, a que Jesús le decepcionó por no querer ser el libertador político que él ansiaba. 

Burnet describe con exhaustividad la construcción de lo que denomina “leyenda negra”, a cargo de Orígenes, San Juan Crisóstomo y San Agustín, centrada en un archimalvado sin nada que pueda redimirle. En cambio, siglos después, a partir de la Reforma protestante, el perfil de esa criatura satánica se suaviza. Se convierte entonces en un ser con motivaciones humanas. 

Nos movemos en un terreno resbaladizo, en el que cada interpretación tiene profundas repercusiones para el creyente. Si Jesús es Dios y por tanto omnisciente y omnipotente, ¿Por qué eligió como uno de sus apóstoles a quién acabaría traicionándole? Una respuesta posible apunta que Judas es necesario para que el plan de salvación divino pueda cumplirse. Desde este punto de vista, Judas sería el actor de un drama que le supera con creces, una pieza del combate cósmico entre el bien y el mal. Pero cabe también la posibilidad de negar la omnipotencia divina, un camino que cobra fuerza tras el mal absoluto que en el siglo XX representa Auschwitz. De una forma o de otra, el problema permanece sin resolver.

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