Cuando  una sociedad observa, impávida, cómo quiebra su sistema educativo, está condenada a sucumbir lentamente, porque los cimientos se resienten y el edificio social se desploma. 

Mairena se dirige al alumno y  le dice: Señor Pérez salga usted a la pizarra y escriba “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”. El alumno escribe lo que se le dicta. Luego el maestro  le pide que ponga la frase en lenguaje poético, a lo que Pérez responde: “lo que pasa en la calle”.  “No está mal”, le replica Juan de Mairena.

Me hubiera gustado tener a un maestro como Juan de Mairena, personaje apócrifo de Antonio Machado. Sin embargo algunos de los que tuve eran falangistas y/o de perfil autoritario, de esos con dedos amarillentos del tabaco que te hablaban de usted y enseñaban muy bien, pero a odiar la escuela. Aunque entre ellos se colaron algunos que ponían canciones de los Beatles en clase de inglés. Mis hermanas tuvieron peor suerte desde muy pequeñas, con sus clases de cocina y costura y monjas de estrambóticas tocas blancas almidonadas. Aunque una de aquellas monjas, Sor Agustina Barcia, ya en democracia, se convertiría en todo un símbolo de lucha por los más pobres y por la dignidad de las familias obreras.

Con el último informe PISA en la mano, pocos niños andaluces interpretarían con éxito la frase que el alter ego de Machado mandó escribir en la pizarra. Quizá porque nos faltan muchos “Mairenas” entre el profesorado pero, sobre todo, porque el propio sistema maltrata a esos profesores y alumnos e impide que los haya. En definitiva, porque en España la educación no es una cuestión de Estado, con lo que el estado de la cuestión es dramático, como certifica nuestra posición  en los puestos 30, 24 y 32 en Ciencias, Compresión lectora y Matemáticas, respectivamente, en ese ranking mundial que mide la calidad de los sistemas educativos. 

Aquel alumno Pérez llevado a la realidad de hoy es un joven que ha superado con éxito un grado universitario y un máster, y que se está planteando seriamente, después de no encontrar trabajo en lo suyo, irse de España a buscarse la vida. Del resto de los compañeros andaluces de Pérez, más del 25% han abandonado los estudios, tras agotar el período legal de escolarización, vive con sus padres y, posiblemente, de la pensión del abuelo. Sin embargo esto no es así en todos los territorios, pues el informe PISA revela que se produce una gran brecha y asimetría entre las distintas autonomías. Pasan los años y se suceden esos informes, y Andalucía, sistemáticamente, queda en la en la cola de alumnos con menor nivel. También lo está en cuanto a desempleo y a otros parámetros que miden su desarrollo económico, lo cual no deja de ser consecuencia de lo primero.

Cuando una sociedad observa, impávida, cómo quiebra su sistema educativo, está condenada a sucumbir lentamente, porque los cimientos se resienten y el edificio social se desploma. En Andalucía nunca hubo una clase social ilustrada y culta. Mientras la burguesía catalana llenaba el Liceu, aquí los señoritos y caciques no consideraban necesario que sus hijos estudiasen más allá de las cuatro reglas. ¡Qué pérdida de tiempo teniendo dinero…! La segunda República hizo de la educación una prioridad, con sus campañas de alfabetización de la población, especialmente de las zonas rurales, luego de romper el monopolio que hasta ese momento tenia la Iglesia católica sobre la enseñanza. Ya sabemos cómo acabó la República con la activa complicidad de esa misma Iglesia, que fue vanguardia entre las fuerzas sublevadas y bendijo “la cruzada” fascista y los 40 años de dictadura.

Duele oír a tantos adolescente andaluces expresarse con cuatro palabras de las 300 que habitualmente usamos entre las 283.000 que tiene el español. No hay otro territorio que tenga la nómina de creadores y artistas universales que ha dado Andalucía. Sin embargo, muchos de nuestros jóvenes acabarán la escolarización sin contar con las herramientas para acceder a ese caudal de talento que ha ido nutriendo los manantiales culturales de nuestra historia y sin saber, por ejemplo, que el autor de Juan de Mairena, Don Antonio Machado, murió de tristeza en el exilio de Colliure, o que Federico Garcia Lorca aún no tiene una tumba en la que podamos llorarle mientras recitamos sus versos.

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