Mezquita del Alcázar.
Mezquita del Alcázar.

En el término medio se encuentra la virtud, o lo que es lo mismo: la administración debe repartir amabilidades y desvelos entre los que nos visitan y los que residimos.

Sinceramente opino que a Donald Trump no hay por donde cogerlo. Bueno, quizá para levantarlo, si aguanta, por ese tupé oxigenado y con poca apariencia de aseado y arrojarlo al río Hudson para que se le vaya rebajando ese calentamiento global que tiene en su interior, sí. Lo cierto es que no se le puede calificar de incoherente, porque está haciendo todo lo que dijo que iba a hacer, aunque ello suponga un acercamiento al Apocalipsis mundial por la vía de los hechos consumados. Y aún nos quedan más de tres años soportándole, madre mía. Pero a lo que iba: si de la campaña de Obama permaneció el lema yes, we can, con el fantoche este que está ahora, aparte de todos los titulares nefastos que deja a veces en twitter, quedó ese America first, que suele ser objeto de mofa por parte de muchos medios de comunicación en España, como si la cosa no fuese grave…

Esa frase, despojada de esos tintes claramente xenófobos con los que Trump la usa, me sirve para hacer una comparativa con el caso del centro histórico de Jerez. Hemos visto en prensa durante la pasada semana que la alcaldesa quiere que Jerez se convierta en una ciudad amable para el turismo y prácticamente todo lo que se haga en la zona histórica (y por tanto turística, no nos engañemos) va a ir enfocado o va a tener preferentemente en cuenta el impacto positivo para el turismo y las necesidades de los turistas. Y eso está muy bien, porque entre otras cosas la ciudad no puede permitirse el lujo de despreciar a un sector que, en un lugar desmantelado industrialmente hablando, puede oxigenar la economía, aunque sea una apuesta arriesgada según lo voluble del turismo y de las causas que pueden llegar a afectarle, tal como estamos viendo en Cataluña durante las últimas semanas, por ejemplo.

En ningún caso supone un problema ni debe ser una tara para los ciudadanos de Jerez que se potencie y se quiera ofrecer la cara más amable posible al turismo, ni muchísimo menos. La pega llega cuando, a la vez que se dice que se quiere ser amable con el turista, al vecino, al ciudadano se le desprecie y no se le tenga en absoluto en cuenta para nada. No deberíamos olvidar que el residente es el que mantiene lo que queda en pie, por no hablar de que en esta ciudad se pagan impuestos absolutamente desproporcionados para los servicios públicos que después se reciben. Sin ir más lejos, los vecinos de la calle Isabelo denunciaron que llevan años soportando suciedad, gritos y comportamientos obscenos en un lugar que está justamente en medio de dos edificios tan importantes turísticamente hablando como son la Real Escuela y el Consejo Regulador.

Sin duda alguna puede servir de ejemplo de la dicotomía entre lo que se ofrece al que nos visita y lo que recibe el que vive en la ciudad todo el año. De vuelta por la zona intramuros, el derrumbe de la calle Granada hace dos semanas (por cierto, ahí siguen los escombros) tras haber denunciado el estado del edificio desde el pasado mes de diciembre, demuestra el caso que la administración le hace al vecino. Mientras los pisos destinados a alquileres turísticos suben de forma vertiginosa, a los residentes se les engaña anunciando la existencia de un plan director del centro histórico que, dos años después, se reconoce que jamás se ha redactado. Podríamos seguir comparando en temas como el incumplimiento de ordenanzas municipales, los parches en forma de alquitrán con los que se intenta “arreglar” el adoquinado (lo de Esteve es de vergüenza total, máxime cuando hace más de un año se anunció su regeneración integral), el desborde, que está claro que no es tal, durante las zambombas, o la nula participación que se le da al residente en temas que le afecta directamente, como lo fue la remodelación de la carrera oficial.

Ese mercadeo que se hace de la ciudad con la pérdida de espacios públicos, el menoscabo de los derechos de los residentes o directamente el olvido de la existencia misma de los vecinos de las ciudades (no es este un asunto exclusivo de Jerez, hay ciudades que este proceso lo sufren en fases más avanzadas), todo con el fin de favorecer el turismo a toda costa, además de fomentar los fenómenos de la gentrificación y la turistificación, alimenta otro más peligroso, como es la turismofobia. La mayoría de la gente piensa que esa hostilidad al turismo desde la sociedad de base, que contrasta con esa amabilidad que desde las administraciones se intenta proyectar, es debida a la masificación y a la saturación de visitantes a todas horas, pero aún no he oído una sola teoría que justifique estos comportamientos hostiles en ese olvido y desprecio al que se somete al residente en contraposición a ese desvelo por el turista, sin valorar si ese modelo por el que se apuesta es o no sostenible y sin tener en cuenta lo que ha ocurrido y ocurre en otros lugares. No estamos ante un dilema shakesperiano entre ser o no ser, turista o residente; en este caso no está ahí la cuestión. En el término medio se encuentra la virtud, o lo que es lo mismo: la administración debe repartir amabilidades y desvelos entre los que nos visitan y los que residimos. No se está pidiendo la luna, aunque a veces de la impresión de que nuestros gestores estén a años luz de la realidad.

 

 

 

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