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Cerró con alivio. Qué suerte tenían los artistas, a una portada escandalosa le sucedía otra al día siguiente, bastaba una semana para que quedara debajo de una bolsa de pescado.  

Lo supo por las miradas. Sabía que pasaría, era inevitable. Estaba preparada, fijó la mirada en la responsable del AMPA, siempre el centro del grupo y se recogió en ella como un perrillo. Alabó su peinado y sacó el tema de  la boda de su hermano. Sabía que la seduciría, arrastrando a las demás, que si no querían perder su sitio en la corte, deberían hacer las exclamaciones oportunas.

Cuando salieron los niños, seguía haciendo preguntas entusiastas sobre lo que ya había oído repetir casi diariamente durante tres meses. No pudo dejarlo hasta que la mayoría se dispersó hacia los coches mal aparcados. Después agarró las manos de sus hijos que jugaban en la acera y se dirigió a casa como si nada, charlando con las que iban de vuelta andando.

Cerró con alivio. Qué suerte tenían los artistas, a una portada escandalosa le sucedía otra al día siguiente, bastaba una semana para que quedara debajo de una bolsa de pescado.  

Reconoció que era pura fantasía haberle creído capaz de discreción, muy al contrario, se habría exhibido para presumir de conquistador. No servía para nada pagarlo con aquel desgraciado, habría que asumir por completo el papel de cornuda que está en el limbo e ignorar las risillas a sus espaldas. Ojalá ningún alma caritativa sintiera la necesidad de abrirle los ojos. Apretó los puños y miró su casa, era todo lo que su amor había querido para ella. Iban a ser amas de casa y vecinas de por vida. Boda doble, padres satisfechos. Cuando no se quedó embarazada compartieron los niños. Cuando vino el cáncer a nadie extrañó que no se separaran.

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