¿Para qué sirve que en los diferentes centros educativos se estén promoviendo planes y programas en contra de la violencia, el machismo  y el acoso si después gran parte de los adolescentes encuentra en este tipo de personajes un ejemplo a seguir?

Cuando todavía está abierta la polémica por la canción de Maluma y el machismo que en ella se exhibe, redes sociales y medios de comunicación se han inundado con el vídeo del youtuber MrGranBomba en el que un repartidor le da una bofetada después de que lo llame “cara anchoa”. Vaya por delante la denuncia hacia cualquier tipo de violencia, aunque también se debe valorar que igual de injustificable que una agresión física resulta el hecho de que alguien consiga relevancia pública insultando a aquellas personas a las que se encuentra por la calle. Por eso, quizá quien ha querido ser la víctima de todo este asunto ha terminado siendo el verdugo.

En cualquier caso, quisiera llevar el debate hacia otro lado. ¿Para qué sirve que en los diferentes centros educativos se estén promoviendo planes y programas en contra de la violencia, el machismo  y el acoso (que en muchas ocasiones empieza por el insulto) si después gran parte de los adolescentes encuentra en este tipo de personajes un ejemplo a seguir?

No cabe duda que esta generación nacida en la era de la tecnología mide su autoestima en los seguidores que acumulan y los me gusta que reciben al día, y que su todavía falta de sentido crítico no le hace distinguir, en algunos aspectos, entre las buenas y malas acciones de sus ídolos. De esta manera, considerarán un crack al youtuber que por medio de la burla fácil cuenta con miles de seguidores en sus diversas redes sociales, al igual que serán dignos de admiración los cantantes de reggaetón que alardean de tener a su alcance a todas las mujeres que desean con las que hacen lo que ellos quieren, derribando así el mensaje de que las mujeres tenemos la libertad de hacer lo que queramos, cuando queramos y con quien nosotras decidamos.

Podríamos sumar a estos ejemplos los de los mundialmente conocidos Cristiano Ronaldo y Messi, presuntos y no tan presuntos defraudadores, que a su vida de lujo han añadido ciertos paraísos con los que están dando la lección de que, si nos lo proponemos, Hacienda podemos no ser todos. Sin embargo, la joya de la corona siempre serán aquellos que aparecen en realitys tipo Gran Hermano o programas como Mujeres, hombres y viceversa: protagonistas de bajo nivel cultural, escasos de valores y compromiso cuya fama sube como la espuma en apenas unas semanas y que no dudan en mostrar en sus perfiles una vida de sofisticación y diversión que es, sin lugar a dudas, un atractivo para una generación que aunque no siempre tiene claro hacia dónde se dirige, sí está siendo víctima de una crisis que hace mucho tiempo que dejó de ser solo económica.

Luego nos echamos las manos a la cabeza cuando alguno de los jóvenes de los que nos rodeamos habitualmente nos dice que su aspiración en la vida es participar en estos formatos. Y lo peor es que no es de extrañar: dinero fácil frente a la realidad de su entorno: amigos, vecinos, parientes que se han partido los cuernos estudiando para terminar desesperados pateando calles en busca de una oportunidad laboral. Eso en el mejor de los casos; hay quienes por sus circunstancias familiares han tenido que abandonar sus estudios y quienes, con toda la motivación del mundo y expedientes académicos para enmarcar, no saben si podrán permitirse el lujo (¿lujo?) de poder estudiar lo que ellos quieren.

Con este panorama, la educación, uno de los pocos ámbitos desde donde podemos hacer reaccionar a nuestros adolescentes exponiendo modelos que sin necesidad de imitación sí pueden constituir referentes en sus vidas, sigue siendo moneda de cambio de los partidos políticos de nuestro país (y diana de los recortes para otros organismos internacionales), incapaces de elaborar una ley coherente, que no caduque tras cada legislatura y capaz de cubrir las necesidades reales de los alumnos. Si de verdad queremos evitar un país lleno de ninis –y de paso desterrar la tan repetida sentencia de “tenemos lo que nos merecemos”– hay que apostar por lo verdaderamente importante. Esto, aunque sigan sin querer darse cuenta, es un asunto tan primordial que no se resuelve solo destinando una partida del presupuesto. Hay cosas que no tienen precio: el futuro de una sociedad es una de ellas.

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