El faro de Trafalgar, en una imagen de archivo.
El faro de Trafalgar, en una imagen de archivo.

Mentiría si dijese que no teníamos la reserva hecha de antes, pero al final la fecha vino como anillo al dedo. Nunca entenderé del todo las idas de olla que llegan con el Gran Premio de Motociclismo, aunque obviamente este año han sido menos.

Una vez, incluso vi cómo un padre montaba al niño de cinco años en el manillar para que le diera al acelerador con el pie. Todo el mundo miraba y adoraba al niño quemando rueda, hasta que el neumático estalló dejando goma quemada por todas partes. Copilotos robando linternas a la policía… Al final que la gente adore a un dios en forma de neumáticos y emisión de gases contaminantes es lo de menos. La razón principal para irse de aquí son las carreras en la calle. Aparte de correr el riesgo de que se te estrelle un loco en el coche, el ruido que hacen hasta tarde es considerable.

De todas formas, irte no te asegura la paz absoluta. Siempre te puede tocar en la piscina del camping el chaval del norte que se cree gracioso, aunque este por lo menos es simpático y no se va a matar contra tu coche. Vecinos con un altavoz y debilidad por el electro latino, aunque eran buena gente y muy amables. Aun así, es algo muy momentáneo. Lo suyo de ir a Trafalgar es viajar por la zona.

Pueblos con encanto, playas vírgenes, atardeceres de película y comida insuperable. No solo por el atún de almadraba, sino por el retinto. Hamburguesa de retinto, lasaña de retinto, pizza de retinto, brocheta de retinto… Llegó un punto que cuando conducíamos y veíamos a los retinto al lado de la carretera parecía que estuvieran planeando su venganza.

Lo único malo era el aparcamiento. En última instancia parecía que estuvieras condenado a madrugar o pagar cuatro euros de parking en un descampado. El modelo se ha ido ajustando para que, entre pequeños mordiscos, alguien que vaya a la playa sin compartir gastos de gasolina o parking, comiendo allí por derecho y con alguna copa se deje en el día alrededor de 40 euros.

Se trata del paraíso carretera abajo, pero hay quien no se lo puede permitir, y lo peor es que se trata de la pescadilla que se muerde la cola. Detrás de cada desayuno a 6,50 euros hay una familia que sobrevive el resto del año con sus ahorros del verano. Seguimos hablando de la misma provincia de renta baja y alto desempleo. Somos más dependientes de lo que parece de los alemanes que te quitan el aparcamiento o de los norteños que se creen graciosos en la piscina. Solo cabe esperar que a su vuelta se encuentren esperándoles un retinto vengativo gritando MUUUUUU.

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