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Es difícil celebrar la existencia de una institución que, aunque necesaria, está siendo usada por las grandes potencias para que todo siga igual, para que nada cambie.

Hoy 24 de octubre es el día de la ONU, pues un “24 de octubre de 1945 se creó oficialmente esta organización después de que la mayoría de sus miembros fundadores ratificaran un tratado por el que se establecía este órgano mundial”.

Pero es difícil celebrar la existencia de una institución que, aunque necesaria, está siendo usada por las grandes potencias para que todo siga igual, para que nada cambie. La catástrofe reciente en Haití, con más de 1.000 muertos por causa de los efectos de un huracán, y la indefensión que sufre este país por la inacción permanente de los organismos de la ONU muestra la fragilidad práctica y política de la misma.

La ONU no está sabiendo frenar las guerras, ni el militarismo, ni la insolidaridad de muchos partidos políticos ante las oleadas de inmigrantes que tratan de llegar a Europa. La ONU no está sirviendo en la práctica para combatir la degradación ambiental planetaria, ni el hambre, ni el analfabetismo en muchos países o la escasez de viviendas y acceso al agua. La ONU es un organismo incapaz de hacer avanzar a la humanidad en la dirección de la solidaridad y de la justicia porque los países más poderosos y otros intereses de la escena internacional se lo impiden.

Particularmente, el Consejo de Seguridad de la ONU, en el que eventualmente está representada España, es un escándalo de grandes dimensiones. Las decisiones relativas a la paz en el mundo son tomadas solo por menos de diez países (China, Rusia, USA, UK, etc.). Las luchas intestinas en el antidemocrático Consejo de Seguridad reflejan lo que hay en el plano de la geoestrategia real. El caso del no respeto a las resoluciones de la ONU por parte de Israel, por ejemplo, muestra claramente que dicho Consejo sirve para poco y, sin duda, no trae la paz al mundo. Los cinco años de guerra en Siria, con varios millones de desplazados y más de 300.000 muertos, demuestran también que la capacidad de la ONU para hacer que las partes acuerden el cese de las hostilidades y procedan a ponerse de acuerdo es casi nula.

En definitiva, las naciones están muy desunidas y los poderosos, como los que regentan las bases de Rota, Morón y Gibraltar, campan a sus anchas por todos los mares sin otro objetivo probado que apropiarse de mercados, materias primas y áreas de influencia. No hay mucho que celebrar sabiendo, por ejemplo, que la España de Rajoy ha recortado un 70% en cooperación internacional y ha incrementado los gastos militares… y que la deuda por compra de armas asciende en España a 30.000 millones de euros.

En Jerez debería constituirse, igual que lo hay para el Medio Ambiente, un Consejo Local de Cooperación y Solidaridad Internacional. Sería aquí, quizás, una manera concreta de vehicular propuestas prácticas, debidamente respaldada con fondos económicos suficientes, para que aquí en Jerez se cumpliera el famoso 0,7% del presupuesto para solidaridad internacional. Decir a estas alturas que esto no se puede hacer me parece doloroso e indignante.

A mí la ONU no me preocupa mucho por su falta demostrada de capacidad política, aunque tampoco veo que haya que ir contra este organismo, entre otras razones porque mantiene en algunos lugares del mundo, como en el Sahara Occidental, una presencia que interesa a todos. No obstante, celebro más hoy día de la ONU el hecho de que

Como es sabido, el 3 de septiembre de 1992, se adoptó en la Conferencia de Desarme en Ginebra el texto de la Convención sobre armas químicas, entrando en vigor en abril de 1997 y “como resultado de los esfuerzos prolongados de la comunidad internacional para establecer un nuevo instrumento que complementara al Protocolo de Ginebra de 1925, la Convención sobre armas biológicas fue abierta a la firma el 10 de abril de 1972, convirtiéndose, así, en el primer tratado de desarme multilateral que prohíbe la producción y el empleo de una categoría entera de armas”. Ahora solo faltaría que la ONU se dedique a las armas nucleares, es decir, a garantizar que nadie las produzca, almacene, comercie, use o amenace con ellas, o dicho de otro modo, que la ONU se dedicara por completo a suprimirlas para siempre, garantizando así la supervivencia humana. Un objetivo este que, se supone, le compete… a pesar de que los poseedores de esas armas son, precisamente, quienes controlan el Consejo de Seguridad de la ONU.

Por cierto que la ONU tiene en las bases de Rota, Morón y Gibraltar una buena oportunidad de contar con una base operativa magnífica en orden a trabajar para los objetivos del milenio en toda África. Es decir, podría pedirle a Reino Unido y a USA que se fueran de ellas completamente, desmilitarizándolas al 100% y dedicándolas a la cooperación internacional en materia de vivienda, agricultura, alimentación, educación, acceso al agua. No cuesta mucho trabajo imaginarse esas instalaciones -que ahora se dedican a la guerra- ocupadas por organismos internacionales como la FAO, la OMS, la UNESCO, etc. Eso sí sería una forma de celebrar la existencia de la ONU, es decir, sería una manera de demostrar que la ONU sirve para algo, que sirve para la vida en vez de para encubrir la rapiña de los poderosos de los países más débiles.

La ONU es realmente poco útil, pero es un mecanismo de la política internacional que debería dar más frutos positivos, es decir, los fundamentos teóricos en que se fundó deberían implementar mejores resultados para la humanidad: “Nosotros los pueblos de las Naciones Unidas, resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas, a crear condiciones bajo las cuales puedan mantenerse la justicia y el respeto a las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional, a promover el progreso social y a elevar el nivel de vida dentro de un concepto más amplio de la libertad, y con tales finalidades a practicar la tolerancia y a convivir en paz como buenos vecinos, a unir nuestras fuerzas para el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, a asegurar, mediante la aceptación de principios y la adopción de métodos, que no se usará; la fuerza armada sino en servicio del interés común, y a emplear un mecanismo internacional para promover el progreso económico y social de todas los pueblos…”.

Julio Anguita, muchas veces, defiende el cumplimiento de la Carta Internacional de los Derechos Humanos, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su Resolución 217 A (III), de 10 de diciembre de 1948 en París. No es mala herramienta esa Carta para, con razón, poder calificar las políticas desarrolladas por el Partido Popular durante estos últimos cinco años como chorizada antisocial en lo interior y belicismo proyanki en lo exterior.

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