Hombres y brutalidad

En las relaciones sexuales nos comportamos como los brutos que somos, con movimientos bruscos, repetitivos, agresivos y violentos

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Miembro de la Asociación de Hombres Igualitarios de Andalucía. (A Rocío siempre, antes, después y luego)

Imagen de una pelea en un partido de fútbol en México donde hubo al menos 17 muertos en una pelea. FOTO: Twitter Ale Cortés.
Imagen de una pelea en un partido de fútbol en México donde hubo al menos 17 muertos en una pelea. FOTO: Twitter Ale Cortés.

La masculinidad, el modo en el que nos han socializado a los hombres lo contamina todo, no lo podemos evitar, somos así y así nos comportamos, no importa el momento ni el lugar en el que estemos.

De pequeño recuerdo que había cuestiones, modos, pensamientos, reacciones, del mundo masculino en el que comenzaba a vivir que me chirriaban. Con el tiempo descubrí que era la forma dominante de entendernos como hombres la que no encajaba en mi manera de ser.

Paso unos días en un hotel familiar de la costa de Huelva, y a pesar del tiempo transcurrido, me he doy cuenta ahora de uno de esos modos de ser hombre que me incomodaban y con los que no me identificaba, la brutalidad masculina.

En la piscina del hotel se organiza un campeonato de voleibol, donde los jugadores son mayormente hombres que ocupan todo el espacio. Me fijo en sus comportamientos y oigo sus voces, golpeos fuertes de la pelota, como si no hubiera un mañana, fuerza, competitividad, saltos, sin importarles si hay menores a quienes con uno de sus manotazos pueden hacer daño. 

Estamos felices como peces en el agua haciendo una de las cosas que mejor sabemos hacer, ser brutos. Por eso creo que la brutalidad es otra de las notas características del mundo de los hombres, una cualidad que nos define, sin la que no sabemos vivir.

Copio a continuación algunas de las acepciones que la Real Academia da al termino bruto: “necio, incapaz, vicioso, torpe, violento, rudo, carente de miramiento y civilidad, tosco y sin pulimento”, pienso que todas ellas cuadran bien con en el modelo el hombre “macho-masculino” que controla el mundo, y llego a la conclusión de que todos los que en una sociedad como la  nuestra nos reconocemos hombres sin fisuras, somos unos brutos. No son imaginaciones. Pero nuestra brutalidad no es solo física, sino mental, en las formas, los modales, somos como dice el diccionario, seres toscos y sin pulir. Así nos quieren y necesitan capitalismo y patriarcado, y nosotros sin darnos cuenta le hacemos el juego porque pensamos que salimos ganando.

En los aseos de mi trabajo las puertas de los wáteres están todas abiertas, raro es el hombre que al salir la cierra, y no importa que en frente estén los lavabos, que haya un compañero lavándose los dientes, o que no se pueda respirar ni pasar. No pensamos en eso. La brutalidad nos hace egoístas e insensibles.

En las relaciones sexuales nos comportamos como los brutos que somos, con movimientos bruscos, repetitivos, agresivos y violentos. Nuestra brutalidad es la prueba de nuestra falta de empatía, ternura y afecto. Hemos sido educados para ser lo contrario, y dejar esas cuestiones a las mujeres. Ser hombre es ser bruto, es la forma que tenemos de hacer público quienes somos, quien tiene la fuerza y el poder, y nos sentimos orgullosos de ello. 

Uno de los problemas es que, de esa brutalidad a la violencia, al abuso de poder, y a la humillación de quien no es nuestro igual hay una línea muy delicada y fina, que traspasamos con frecuencia. Esta definición de nuestra hombría según la capacidad de ser brutos nos lleva a marginar y discriminar a todos los que no coinciden con ese patrón. Lo femenino es ocultado y reprimido, y factor de descalificación para lo distinto.

Abandonar esas formas no intrínsecas ni naturales y comenzar a pulir pensamientos, comportamientos y actitudes, es tarea que  nos compete como hombres, y una de las maneras de deconstruir la masculinidad hegemónica, y crear  nuevos modelos de hombres que nos sirvan de referente. También es un paso para poder mirar y empatizar con quienes nos rodean, porque el mundo no nos pertenece, aunque lo creamos, y así nos parezca.

 

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