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Lo preocupante no fue que un magnate de la hostelería y el espectáculo saliera a justificar el trabajo gratuito de los becarios en los restaurantes de lujo. Lo grave llegó después, cuando en el grupo del móvil hubo colegas que defendieron su postura, a pesar de haberlo sufrido en sus huesos, a pesar de votar a la izquierda, a pesar de no llegar a mileurista.

“El mundo es una gran paradoja que gira en el universo. A este paso, de aquí a poco los propietarios del planeta prohibirán el hambre y la sed, para que no falten el pan ni el agua”, escribió Eduardo Galeano en esa maravilla que lleva por título El libro de los abrazos. Por eso, yo recordé el día que mi amigo Kiki me contó muy indignado: “En mi barrio, más de uno trabaja de repartidor seis días en semana, tres euros la hora y no le dejan ni un chubasquero cuando llueve. Y sueltan, la otra tarde mientras charlábamos en un banco, que hay que ver Maduro y cómo está Venezuela, ¿y ustedes, os habéis visto?”

Hemos interiorizado tanto el discurso de la patronal que hay cosas que se dieron por hechas a pesar de que fueran más propias de la esclavitud. Hemos sufrido unos sindicatos mayoritarios tan interesados y cobardes que no señalaron nunca con el dedo al sector hostelero. E impune, durante años, los pisos pateras, las prácticas gratis y los millones de beneficios. E impune, durante toda una vida, el padre de familia con las 14 horas de pie a sus espaldas, los 900 euros mensuales y el mes entero sin librar cuando llega el Carnaval o el verano.

Sobre la barra de un bar se escribieron historias y se cantaron canciones, sin embargo nunca nadie le preguntó por las condiciones laborales al que abría el botellín o tiraba con la espuma justa la cerveza: quedaba poco canalla. Sobre la barra de bar cantó Sabina, Miguel Ríos y Manolo García, pero todos olvidaron que para mérito no su borrachera, sino el que bajó la baraja a las tantas y volvió a subirla a primera hora de la mañana.

Por eso, lo difícil no es crear luz en la comida, sino pagar la factura, también a los trabajadores, y sacar la amabilidad para echar otra jornada. Y si todos lo supieron, como ahora dicen, si todos conocían a su camarero, al de la esquina, al de cada desayuno, ¿por qué nadie se manifestó nunca ni protestó por la situación de la hostelería?

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