Calle Francos, en Jerez, en una imagen de archivo.
Calle Francos, en Jerez, en una imagen de archivo. JUAN CARLOS TORO

Al final obtenemos un centro histórico deshumanizado y convertido en un mero decorado, sin otra vida más extensa de la que pueda ofrecer un parque temático

Sería altamente recomendable dejar claros algunos aspectos que son inherentes al caso del centro histórico de Jerez. La dejación, el abandono y la ruina que acucian esta zona, no sólo ha dejado un panorama desolador y difícil de explicar y enmendar. Aunque pueda parecer imposible, también deja a la vista aspectos positivos y oportunidades que, si sabemos interpretar lo que ha sucedido en otras ciudades, debemos aprovechar perentoriamente. Pero claro, esto que digo es como el que ve el vaso medio lleno o medio vacío. Efectivamente esa negligencia, tanto de las administraciones como de los propios ciudadanos, hacia la gestión y la puesta en valor del patrimonio y la habitabilidad del centro histórico, ha permitido que se conserve el entramado medieval de las calles y, en general, la planta y las peculiaridades arquitectónicas y artísticas de los edificios (lógicamente salvando las horribilísimas intervenciones que se han realizado, sobre todo en edificios de nueva planta construidos sobre los escombros de edificios incomprensiblemente derribados, como es el caso de la famosa Casa Rosa de la plaza del Mercado).

Claro que, como se podrá deducir, esa suerte derivada de la mala praxis no es eterna y, a fuerza de no realizar intervención alguna, todo se va deteriorando sin que nadie haga absolutamente nada para evitarlo, pese a tener conocimiento de lo que está sucediendo. Pero aún resta por exponer una segunda virtud derivada de esa visión tan desafortunada, por unos u otros, del patrimonio y de la vida vecinal asociada a él: Jerez es una ciudad que muestra poco nivel de gentrificación.

No voy a entrar en la definición de conceptos, eso lo puedes buscar en la web, ya que es un término tan extendido como poco conocido en nuestra ciudad. Estamos ante una palabra muy asociada a la globalización, que en el caso de los centros históricos adquiere un matiz nefasto. Precios inaccesibles, sólo al alcance de un tipo de turismo de un elevado poder adquisitivo (lo que es aprovechado a su vez por promotores inmobiliarios sin escrúpulos, como casi todos, que se dedican a llenarlo todo de apartamentos turísticos si esencia alguna), lo que a su vez provoca la pérdida del vecino tradicional y la vida de barrio, pues el centro histórico es un barrio como cualquier otro, no lo olvidemos. Y no queda ahí la cosa: esa pérdida de la vecindad tradicional conlleva la reducción del comercio también tradicional, lo que a su vez constituye una seña de identidad casi exclusiva de los centros históricos.

Y por último, y esto nos sonará un poco más, observamos cómo paulatinamente la hostelería lo invade todo, ya que es el servicio más demandado por ese vecino ocasional de nueva planta que no necesita de una droguería o una corsetería para pasar las dos semanas que va a vivir en la zona (si algo de eso le hiciera falta, ya acudiría a los grandes centros comerciales de la periferia), pero que, sin embargo, sí que quiere poder comer y beber a destajo a un tiro de piedra de su vivienda temporal, que antes ocupaba a tiempo completo un vecino de los de toda la vida, que sí se nutría de ese comercio cercano y que transmitía a su vez esa confianza en el comerciante que ya queda lejos en la memoria, desgraciadamente. Donde antes había una tienda de ropa o una papelería, ahora hay un bar. Y donde antes se podía hacer un uso del espacio público de una forma libre y como una zona de convivencia vecinal y humana, hoy día es casi imposible transitar por la gran cantidad de mesas y sombrillas que sin control alguno están copando esos espacios.

Al final obtenemos un centro histórico deshumanizado y convertido en un mero decorado, sin otra vida más extensa de la que pueda ofrecer un parque temático

Al final obtenemos un centro histórico deshumanizado y convertido en un mero decorado, sin otra vida más extensa de la que pueda ofrecer un parque temático. Y, sobre todo, con una conservación que siempre transita por el filo de la navaja que representan los vaivenes de los negocios asociados al turismo. Un centro histórico de una ciudad que, sin embargo, ha dejado de pertenecer a la propia ciudad, a sus habitantes, y que terminará escapando de la gestión de sus propios representantes administrativos. Lo estamos viendo en Granada, en Málaga o Córdoba. Cada vez se percibe más en Sevilla o en Cádiz, donde sorprendentemente está el metro cuadrado más elevado de Andalucía, algo que no sólo va ligado a la falta de espacio físico.

Nosotros no lo notamos porque formamos parte de esa gentrificación cuando vamos a cualquiera de esas ciudades por un día o un fin de semana, es un fenómeno muy difícil de constatar si no se vive desde dentro. En Jerez, no obstante, su implantación es más lenta debido al lamentable estado de conservación de la propia zona, pero sí que vemos señales de alarma: calles del centro sin vecinos y ocupadas por mesas y sillas y una falta cada vez más notable de un comercio tradicional que a duras penas puede competir con la comodidad, si se le puede llamar así, de los grandes centros comerciales. Sin embargo, al contrario de otras ciudades, aquí aún estamos a tiempo de revertir ese proceso. Para ello son necesarias dos premisas: voluntad política y conciencia ciudadana. Lo primero no depende de nosotros y seguramente no la obtendremos en la vida, pero lo segundo sí es responsabilidad de los ciudadanos. Por tanto, y no es casualidad, la pelota siempre termina en nuestro tejado: ¿de verdad queremos ese modelo de ciudad? Si es así, paren, que yo me bajo inmediatamente.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído