Guerra civil encubierta

La guerra actual tiene el mismo objetivo, solo que el territorio a conquistar no figura en ningún mapa, sino que pertenece al pensamiento del individuo

15 de septiembre de 2025 a las 09:51h
'Guerra civil encubierta'.
'Guerra civil encubierta'.

La historia, como un fantasma incansable, parece acechar cada esquina de nuestro presente. Casi cien años después, el ambiente vuelve a estar emponzoñado. El clima, infecto. La desafección, palpable. Se respira en el aire ese eco de las postrimerías de la Guerra Civil, pero el campo de batalla ya no son los frentes de Aragón o el Ebro, sino una realidad mucho más insidiosa. No se escuchan fusiles ni cañones, pero el estruendo es constante y atronador. Lo que vivimos es una guerra civil encubierta, una guerra sin cuartel que se libra en las trincheras de los medios de comunicación y las redes sociales. 

La primera guerra civil española se libró por la posesión del territorio, el control de las instituciones y la imposición de una ideología sobre otra. La guerra actual, nuestra guerra no reconocida de hoy, tiene el mismo objetivo, solo que el territorio a conquistar no figura en ningún mapa, sino que pertenece al pensamiento del individuo. Alcanzándose cotas de odio visceral contra todo aquel que pueda resultar contrario.

No hay armamento, pero el cañón de la opinión mediática dispara sin cesar. El bombardeo de informaciones, muchas veces sesgadas, otras veces directamente falsas, es constante. La estrategia es sencilla: aniquilar al enemigo no físicamente, sino moral y socialmente. Se le arrincona, se le estigmatiza, se le despoja de todo, hasta que no se le percibe como un adversario con el que debatir, sino como un mal que erradicar. Esta deshumanización ha cruzado la línea de lo virtual. Los discursos de odio, que se promueven desde medios, redes o —aún más grave— desde los propios estrados, han desembocado en agresiones físicas, acosos y, en los casos más extremos, en tiroteos o actos de terrorismo. El discurso de que "el enemigo tiene que ser eliminado" ha cobrado, para algunos, un sentido literal. El daño que hace la violencia ideológica (en un sentido u otro) ya no se limita a lo simbólico, sino que ha llegado a costar vidas. 

La verdad se ha convertido en un monolito que solo una facción tiene derecho a poseer. Si no estás conmigo, estás contra mí. No hay matices. No hay debate. Solo hay dos bandos, bien definidos, con sus propios mártires y sus propios demonios. Si te atreves a cuestionar el dogma, a pensar de manera independiente, a sugerir una tercera vía, el punto de mira está sobre ti. No hay medianías.

Las redes sociales, que prometían ser el gran ágora del siglo XXI, se han transformado en cloacas digitales. Se vomita odio de forma viral y sin consecuencias. La falta de un contacto físico con el enemigo hace que el odio se desborde sin filtro, porque el adversario es un avatar, un perfil, un ser sin rostro al que no se le atribuye ninguna cualidad humana. 

A pesar de no haber vivido aquella época, apuesto a que no existen grandes diferencias con el trágico 1936. Las consecuencias son devastadoras: una sociedad polarizada, enferma de rencor y dividida en dos bandos irreconciliables. Los "unos" contra los "otros. El arma más potente, la del lenguaje y la ideología, ya ha causado suficientes estragos. El silencio y el miedo a disentir son las primeras bajas de esta guerra encubierta. Y en el silencio, el odio sigue creciendo. 

La esperanza está en un futuro que no está escrito. Todavía estamos a tiempo de tender puentes. Para ello, empecemos por dejar de dinamitarlos.

Gracias por la lectura y feliz lunes.

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