Grecia y el déficit democrático de la Unión Europea

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Independientemente del resultado final del Grexit y los muchos debates sobre las causas, los medios y los consecuencias, el proceso de negociación ha desvelado como el trasvase de poder de los estados a la UE provocado por la crisis financiera, ha generado aun más tensiones entre esta y los principios democráticos.

Desde el punto de vista estructural, las negociaciones intergubernamentales para el asunto griego han puesto muy en entredicho el principio de igualdad entre los estados miembros, poniendo de manifiesto la ausencia de un segundo principio fundamental, el de respeto a las minorías, políticas y económicas como ha sido el caso griego. Además, la competencia entre estados miembros por la definición del modelo de la “eternamente en construcción” Unión Europea, y las injerencias políticas y electorales nacionales, no ayudan precisamente a la identificación y al compromiso de las nuevas generaciones de ciudadanos europeos con el proyecto post-democrático actual.

Francia, Italia, Luxemburgo, apoyados por la Comisión Europea, se esforzaron en salvar a Grecia para no dejar que el proyecto europeo se desplomase a corto plazo 

Un ejemplo han sido las distintas posiciones con las que los socios de la UE han afrontado las negociaciones pre y post referéndum: Una Alemania soberbia -casi abusadora- por la contestación de su poder, que no puede permitirse que las ovejas se le escapen del redil económico; gobiernos tradicionalmente más conservadores, y con ciertas ramificaciones euroescépticas como Holanda, Austria y Finlandia que rechazan cualquier solución comunitaria; seguidos por una línea “flotante” formada por gobiernos, como España y Portugal, que por su naturaleza política necesitan la derrota de Tsipras, pero a los que no conviene que Grecia salga del Euro; también están los que podían sufrir un efecto contagio como Irlanda, Bélgica o Chipre.

Además, debido al alto precio político a nivel nacional que habría que pagar nadie apoya abiertamente al gobierno de Tsipras pero, por diversas razones, Francia, Italia, Luxemburgo, apoyados por la Comisión Europea, se esforzaron en salvar a Grecia para no dejar que el proyecto europeo se desplomase a corto plazo. Al igual, la cultura tradicional de negociación a puerta cerrada de la UE contrasta con la cultura interactiva de hoy en día de debate transparente y en línea, socavan el principio de igualdad en el acceso a la información que deberían tener los ciudadanos bajo sistemas democráticos saludables.

A nivel institucional, tras el trasvase de poder generado por la crisis financiera hacia las instituciones europeas, el asunto griego también han generado dudas en cuanto al principio de representatividad de la Comisión Europea y su desconexión con el genuino interés general. Su carácter “semi-electo” hace temer que además sea demasiado débil para obtener la confianza de los lideres europeos, o demasiado partidista para ganar la lealtad ciudadana.

En alusiones a la millonaria deuda, Tsipras señalaba que el dinero que se ha dado a Grecia, y a otros países como España, nunca le ha llegado al pueblo griego, añadiendo que los fondos se dieron “para salvar a los bancos griegos y europeos” basados en dogmas ideológicos y no en la voluntad del pueblo griego. El rol del Euro grupo -una no institución de la UE-, un Banco Central Europeo “independiente” y ajeno a responsabilidad o control político formal, además de un Parlamento Europeo que, aparte de  necesitar más herramientas para influenciar el rumbo de la UE, requiere legitimidad pan-europea, no ayudan a para generar un debate cercano al interés general de una ciudadanía ya de por sí heterogénea, como es la Europea.

A nivel nacional, el referéndum griego a la desesperada no sirvió para que su idea del interés general se tuviera en cuenta. Se ha respetado más la voluntad de no-instituciones internacionales que el demostrado interés general. Uno se pregunta, que hubiera pasado si hubieran votado que si.

El referéndum griego a la desesperada no sirvió para que su idea del interés general se tuviera en cuenta

Quizás incluso sea necesario un nuevo tratado que acerque a la UE a posturas federales, a la Europa Social y a políticas más ajustadas a la voluntad de los ciudadanos. Con una deuda del 177% del PIB griego, un descenso del 25% del PIB nacional y una tasa de paro juvenil del 60%, es fácil deducir que el modelo actual no produce un escenario beneficioso ni económico ni democrático. El problema se ha agravado ahora que la UE tiene mucho más poder informal -fuera de los tratados- alejado del control ciudadano tanto en pensiones como en gasto social.

Es previsible que una mejora de los canales democráticos europeos pudiese generar la finalización de las uniones fiscal, financiera y política, además de la Unión Social que la UE necesita para sostener su credibilidad. Medidas como la renta básica garantizada, o una prestación por desempleo europea que, por ejemplo, son alternativas que generarían un valor democrático añadido al incorporar a los cada vez más ciudadanos económicamente vulnerables excluidos al proceso de integración europea, ya que las soluciones de cara a la galería se han demostrado ineficientes. La iniciativa ciudadana es un procedimiento laberíntico que depende de estar respaldado de ciertos intereses y las tensiones entre estados miembros no favorecen el derecho de los parlamentos nacionales a unirse para desafiar leyes europeas. Esta crisis debería disparar mecanismos para, al menos, repensar el carácter democrático de la UE.

 

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