Geometría variable

"Un gobierno monocolor del PSOE daría la impresión de un deseo hegemónico que no se corresponde con la realidad"

Una mesa electoral de Cádiz en un momento de las votaciones el pasado 28A. FOTO: JUAN CARLOS TORO
Una mesa electoral de Cádiz en un momento de las votaciones el pasado 28A. FOTO: JUAN CARLOS TORO

El día 21 de mayo, con la constitución del Pleno del Congreso de los Diputados, tendremos más información. La de la composición de la Mesa del Congreso que, aunque debería ser reflejo de la distribución de escaños, es habitual que se forme según acuerdos como en la pasada legislatura, en la que Ciudadanos tenía más peso del que le correspondía en realidad, con una vicepresidencia primera.

Nos hallamos ante una situación fascinante, completamente novedosa, en la que el bipartidismo ha dejado de ser una realidad, y la que se anuncia como nueva. Un Congreso de dos bloques no termina de ser cierta, porque no son dos bloques cerrados y estancos, y uno de los elementos de ese denominado bloque desea fluctuar de un bloque al otro, en lo que ha anunciado como geometría variable. Además, la simplificación a dos bloques recurre al famoso cliché de las dos Españas, dos mitades, unos contra otros, cuando en realidad la diversidad del Congreso es mucho más amplia. Habrá un bloque de derechas de nacionalismo español. Habrá un centro, o centro izquierda, según quiera el PSOE materializar su acción política. Habrá un bloque de izquierdas, protagonizado por Unidas Podemos, pero Esquerra Republicana de Cataluña es de izquierdas también. Estarán el PNV y los del gen convergente, que nadie se atreve a decir que son derechas, o centro derecha o lo que fuere. Y hay varios partidos más. Esto es, no veo claro lo de los dos bloques, excepto la necesidad permanente, y un poco infantil, de comprender las realidades con enorme dificultad y verse obligados a reducirlas a clichés demasiado sencillos.

Quizá en esa negación a comprender la realidad diversa y compleja de España está la reacción permanente y la negación a todo lo que se sale del cliché preformado homogeneizador.

La presente situación es compleja, y se ha seguido complicando durante los días siguientes al pasado domingo. El punto de partida era un Gobierno en clara minoría, que accedió al Poder Ejecutivo por iniciativa, en realidad, de Unidos Podemos, quien facilitó la formación de una mayoría mosaico que permitiera desalojar del Gobierno al partido y al Gobierno que habían llevado la situación política hasta el borde del abismo en varios sentidos.

El nuevo Gobierno cayó en los Presupuestos Generales del Estado y aquí se desbarató la situación. El 2 de diciembre de 2018 el PSOE había caído hundido en Andalucía y se alzó, en Sevilla, un Gobierno con un pacto tripartito PP + Ciudadanos + VOX en el Parlamento Andaluz. El 5 de marzo quedaron disueltas las Cortes Generales. El ambiente político bronco y lleno de insultos y de mentiras se disparó. El temor a que apareciera una ultraderecha fuerte, como en otros lugares de Europa, se volvió intenso. En medio de todo esto, Unidos Podemos se rompió con un cisma, inicialmente en Madrid.

La liza electoral se planteó como un rescate de los derechos civiles y la Democracia, frente a unas derechas cada vez más desbocadas en su virulenta dialéctica y en sus amenazas concretas sobre derogaciones, prohibiciones y cierres. Esto, todo, además de un alud de mentiras, en el que participó, todo hay que decirlo, también el PSOE. El NYT afeó con contundencia su conducta a todos los candidatos participantes de los dos llamados debates, excepto al de Unidas Podemos, Pablo Iglesias.

Hubo una movilización general por parte de los partidos conocidos como progresistas a favor del voto y de un voto de carácter progresista para salvar la Democracia. Este era el ambiente. Y se difundió una consigna de voto útil, más tendente al PSOE que a Unidos Podemos que, aunque remontaba, venía de una reciente crisis interna, aunque no solo. Unidas Podemos venía siendo horadado en su reputación y en su paz interna por la acción de las conocidas como “cloacas del Estado”, que trabajaron con incansable dedicación para destruir toda su credibilidad. El PSOE y Pedro Sánchez tardaron casi diez días en salir ante la sociedad y criticar con alguna solvencia lo ocurrido contra Unidas Podemos.

En Catalunya el voto se fue por igual a ERC que a PSOE, aunque ganó ERC por primera vez, gracias a su constante búsqueda del diálogo. Cabría especular de dónde llegaron los votos al PSOE, así como de dónde llegaron a ERC, al margen de que, según parece, se movilizaron doscientos mil abstencionistas habituales.

El ambiente actual describe a una familia que ha salvado los muebles, y parte de sus miembros insisten en que hay que vigilarlos. La misma noche electoral, los votantes del PSOE que se acercaron a la calle Ferraz a celebrar la victoria gritaron, insistente y repetidamente, “¡Con Rivera, no!”, ante lo que Pedro Sánchez, ya esa misma noche, respondió con displicencia un “Ya, ya…”. ¿La misma displicencia que Sánchez no pronuncia hacia Unidas Podemos pero lo hacen algunos de sus subalternos?

No creo que quepa al PSOE el derecho de arrogarse el haber parado a las derechas, como algunos afirman, y sería mucho más sensato decir que ha sido un trabajo colectivo de todas las fuerzas progresistas. El PSOE salía a la carrera electoral con un magro resultado, el peor de su propia historia, y con una muy mermada reputación, que recuperó en buena parte gracias a Unidas Podemos y a PNV y ERC. En estas elecciones tampoco han conseguido su mejor resultado. Su gran remontada se debe, también, sin duda, a que partía como ex presidente de un Gobierno que gracias a Unidas Podemos, y otras fuerzas de progreso, le permitían presentar como propias varias políticas de progreso.

Pero se diría que Pedro Sánchez, a través de sus subalternos, quisiera alzarse con el santo y con el cepillo, ahora que ya se olvidó en su programa de su promesa de revisar concienzudamente el Concordato con la Santa Sede, que procede de 1953, nada menos.

El problema es que la experiencia histórica con el PSOE ha mostrado, empezando por el referéndum de la OTAN, que a la mínima oportunidad sabe deslizarse hace políticas menos socialdemócratas de lo que pudiera parecer, en peligrosos acercamientos a tesis de naturaleza neoliberal. El Salario Mínimo Interprofesional es un ejemplo claro de cómo sin Unidos Podemos hubiera sido más bajo. Pero ya teníamos las SICAV y los impuestos a la banca o la recuperación de los 60 mil millones del rescate-no-rescate a la misma banca.

España está ante un reto histórico. En primer lugar, el de reconocer que el turno bipartidista no existe más y tardará en regresar, si regresa. El escenario político es distinto y no cabe ya gobernar como en los tiempos del turno; aquellas expresiones de gobiernos fuertes, más cuarteleras que verdaderamente democráticas. Por cierto, también en los tiempos del turno había geografía variable: con Euskadi, Catalunya o incluso Canarias.

No son solo números con los que se gobierna, sino con credibilidad asentada en mayorías sociales, grupos sociales diversos que aceptan estar integrados en un estilo de gobernanza, y la gobernanza la ejecuta el Gobierno. Estas mayorías sociales que gobiernan juntas ofrecen un ambiente de estabilidad general, de integración social y de gobernanza común, del mismo modo que una acción legislativa dialogante y respetuosa en el Parlamento. No se trata de pintar un mundo irreal sin oposición ni contradicción; se trata de evitar la reyertas de taberna. Creo que lo que más ansía la sociedad española es acceder a un escenario político sin la crispación endémica que el actual padece.

Que el PNV o ERC no quieran nunca, quizá, formar parte del Ejecutivo tiene sobradas explicaciones. Los nacionalismos vasco y catalán siempre han planteado su política hacía España en un juego de tensiones entre la cooperación y el conflicto. Su cooperación con la gobernanza debería articularse, por fin, en un Senado à la alemana. Sin embargo estarían dispuestos a ofrecer su apoyo al Ejecutivo bajo determinadas condiciones, y ahí empieza esa parte de la negociación política propia de toda democracia. Negociación que facilitó en la pasada legislatura, sobre todo, Unidas Podemos, y de la cual el beneficiario parece ser solamente Sánchez.

Unidas Podemos es, a diferencia de los nacionalistas, un partido de implantación nacional que basa su política en la gobernanza del país en su totalidad. Y que favorece, por sus posiciones, mayorías más amplias a la gobernanza. No se antoja que en estas circunstancias sea razonable que el PSOE actúe con un algo de desdén hacia Unidos Podemos, cuando de lo que se trata es de una gobernanza estable y no tanto, al menos para la mayor parte de la ciudadanía española, de inventarse con la neolengua una geometría variable que pone a toda la ciudadanía que ha votado progresista la mosca detrás de la oreja sobre los vaivenes de tendencia neoliberal que el PSOE ha practicado ante tod@s: llámese reforma laboral, por ejemplo. El propio Guerra anunciaba que un gobierno monocolor sería complicado, aunque él mismo lo aceptaba como un fatalismo. No creo que la política española debe seguir regida por esa suerte de superstición política.

Un gobierno monocolor del PSOE daría la impresión de un deseo hegemónico que no se corresponde con la realidad. No sería bueno para la cultura democrática que la condescendencia con la que Pedro Sánchez trató a su gente en Ferraz la noche electoral sea la misma o parecida con la que vaya a tratar a Unidas Podemos, dado que aportaría al Gobierno unos votos de estabilidad desde el Parlamento que solo el PSOE no está en condiciones de conseguir. Esta estabilidad apaciguaría enormemente una tensión que ha venido siendo demasiado larga. La sociedad valoraría ese Gobierno con el mismo entusiasmo que ha votado el actual Parlamento. Me atrevo a decir que la mayoría social aumentaría a favor de ese Gobierno de progreso.

La geometrías variables tratan de contentar a demasiados y soliviantan a todos. Si se tiene un programa, uno claro, ¿cómo es posible que se puedan ir dando bandazos de un lado al otro del espectro político? Un Gobierno de geometría variable apunta reminiscencias cesaristas, e insiste en no desarrollar la calidad democrática.

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