En las últimas semanas, estamos asistiendo a un auténtico muestrario de hasta donde puede llegar la estupidez humana a la hora de dejarse llevar por el más irracional deseo de venganza en la respuesta al también horrendo e irracional atentado de Hamás en Israel. A la irracional repuesta del estado de Israel, bombardeando a civiles inocentes, le ha seguido la histérica reacción de los más importantes líderes occidentales viajando en romería a la región para mostrar su adhesión inquebrantable, y por ende también irracional, a la política de venganza bíblica practicada por Israel, versión amplificada de la Ley del Talión, que por cada israelita inocente muerto parece exigir diez palestinos (cifra a la que nos aproximamos peligrosamente) inocentes inmolados en un vano sacrificio expiatorio.
Ya sabemos que Hamás es un grupo terrorista de fanáticos religiosos que utiliza la muerte indiscriminada de civiles inocentes como arma política. Y ya sabemos que el estado de Israel tiene, no solo el derecho, sino el deber de proteger a sus ciudadanos, defendiéndolos de ataques como el perpetrado por Hamás, pero ¿La reacción del gobierno de Israel a la agresión resulta ser
1) Aceptable desde un punto de vista ético y 2) Mínimamente eficaz como defensa? A tratar de responder a estas dos preguntas van dirigidos los párrafos que siguen.
La Ley del Talión, así como los castigos colectivos, hace tiempo que han quedado fuera del Derecho y de todo código ético mínimamente aceptable, en especial entre esas naciones occidentales y sedicentemente democráticas, cuyos líderes han corrido a expresar su apoyo sin fisuras a la venganza israelí. ¿Se imaginan qué hubiéramos pensado del gobierno español si su repuesta al horrendo atentado de ETA en Hipercor hubiera sido ordenar el ejército bombardear Bilbao, sobre la base de que allí había simpatizantes e infraestructura de ETA? Pues, mutatis mutandis, eso es lo que está haciendo el ejército israelí en Gaza.
Netanyahu ha tratado de justificar su venganza invocando el bombardeo de Pearl Harbour por el ejército japonés, que provocó la entrada de EEUU en la segunda guerra mundial, sin darse cuenta, aparentemente, de que, con esa comparación, le está dando a Hamás el estatus que durante años le han negado él y la comunidad internacional: al declarar la guerra en Gaza, ha “ascendido” a Hamás de grupo terrorista a “gobierno legítimo” de toda la población de Gaza, a la que sin más matices se la considera “representada” por Hamás.
Y esta reflexión me lleva a la segunda cuestión, la de la eficacia de la venganza israelí como mecanismo de defensa. ¿De verdad piensa el gobierno de Israel que matando indiscriminadamente a 10.000 civiles gazatíes va a acabar con Hamás? ¿No sería más lógico suponer que su terrible venganza lo único que va a provocar a su vez es una creciente sed de venganza entre los gazatíes, de la que se va a aprovechar nuevamente Hamás para ampliar su implantación en Gaza?
El rechazo frontal de la Autoridad Nacional Palestina a la propuesta de Netanyahu a hacerse cargo de la administración de Gaza tras la invasión, no hace más que confirmar la imposibilidad de cualquier otro escenario, imposibilidad de la que la propia ANP es más consciente que nadie: “No vamos a entrar en Gaza a lomos de un tanque israelí” ha dicho un alto representante de la ANP, en una frase que expresa a la perfección el inevitable cariz “colaboracionista”3 que tendría una eventual administración de la ANP.
Desde el punto de vista de la geopolítica más despiadada, la única conclusión posible, aunque inhumana, es que Netanyahu ha caído en la trampa tendida por Hamás. Israel estaba empeñado en una política de normalización de sus relaciones con algunos estados árabes, algunos de ellos aliados de Hamás. Bombardeando y entrando en Gaza a sangre y fuego no está sino imposibilitando la continuidad de dichas políticas. La inutilidad de su venganza como mecanismo eficaz para proteger a su población civil de los ataques terroristas de Hamás, más allá de una victoria pírrica de corta duración, se hace con este hecho más evidente que nunca.
No se me ocurren más que dos escenarios, que me aterrorizan lo confieso, en los que la venganza israelí pueda alcanzar el éxito. El primero es que la invasión acabe con la eliminación física de la población gazatí o de gran parte de ella, atrapada en Gaza por la negativa de Egipto a aceptar una deportación masiva. La segunda es una nueva nakba que implique la deportación de una gran parte de la población gazatí, al propio Egipto presumiblemente, finalmente obligado a ello por razones humanitarias. Es la “solución” que parece contemplar parte de la dirigencia israelí: un general israelí y diputado en el Kneset acaba de sugerir la creación de un campo de refugiados en el desierto del Sinaí, que albergaría ¡a millones de gazatíes!
Ambas soluciones tienen un insoportable tufo a una “solución final”, ya ensayada innumerables veces a través de la historia, pero que las naciones que se dicen a sí mismas “civilizadas” presumimos hoy de no aceptar, aunque “soluciones finales” parecidas sean fáciles de rastrear en nuestra historia reciente. Ambas “soluciones” acabarían con una auténtica limpieza étnica que implicaría un cambio demográfico en Gaza, similar al que está ocurriendo en toda Palestina desde 1948, en el que la población autóctona sería paulatinamente y planificadamente sustituida por inmigración supuestamente judía.
Por supuesto que hay alternativas, empezando por avanzar hacia el cumplimiento de las resoluciones de la ONU hacia creación de dos estados en Palestina. Y por supuesto que hay actores políticos dispuestos a avanzar en esa dirección. Es la condición que ha puesto la propia ANP para hacerse cargo de la administración de Gaza y es lo que demandan cada vez más actores internacionales. Desde dentro de propia sociedad israelí, cansada ya vivir en una guerra permanente, hace tiempo que crece el rechazo a Netanyahu y a su visión mítica de un Gran Israel construido a sangre y fuego. Muchos países árabes que todavía apoyan a Hamás han dado recientemente pruebas de estar cansados también de guerra y de estar dispuestos a aceptar soluciones mínimamente respetuosas para la existencia del pueblo palestino y para la comunidad árabe en general, empezando por la propia ANP. Y una reciente encuesta ha demostrado que la solución de los dos estados es aceptada mayoritariamente entre la propia comunidad judía de EEUU, el principal aliado de Israel.