'Broadway x Wall Street',  por Matthias Ott (CC BY 2.0)
'Broadway x Wall Street', por Matthias Ott (CC BY 2.0)

En estos últimos días no solo ha habido terremotos en Granada, en el distrito financiero de Walt Street la tierra se movido bajo los pies de inversores y especuladores. Vender en corto (short sale) una acción, o cualquier producto financiero, consiste en vender algo que no se posee. Veamos un ejemplo, una empresa industrial (A) cotiza en bolsa y sus acciones en el momento T tienen un valor X. Luego tenemos un Fondo de inversiones, hedge fund (B) que estima que las acciones de (A) en el momento T al precio x están sobrevaloradas.   

(B) solicita poder colocar en el mercado bursátil, vender, las acciones de (A) al precio X. (B) le devuelve el importe del valor de las acciones al precio X en que fueron venidas, hasta ahora (B) solo ha tenido gastos de gestión; a este momento le llamaremos T1. Si este momento T1 de devolución del dinero conseguido por (B) con la venta de las acciones de A el precio, Y, de las acciones es inferior a X, A deberá compensar a B con el diferencial entre X e Y.  Es decir (B) gana si las acciones de (A) se devalúan. 

Por el contrario, si en este momento T1 las acciones de (A) se ha revalorizado con respecto al precio X, será (B) el que deberá asumir el diferencial. Sobre el papel los dos operadores (A) y (B) se reparten los riesgos y gana quien hace mejor previsión de calculo o mas suerte tiene. O como diría ese gran experto en la banca ética que es Rodrigo Rato: “Es el mercado, amigo”. Bueno pues es el problema amigos, que es el mercado. Entre T y T1 los operadores no se han quedado quietos, especialmente (B), y ha inducido a la baja el precio de las acciones de (A). ¿Cómo? ¿Ilegalmente? No, la mayorías de esas maniobras  bajistas eran legales. Porque (B) no solo es un colocador o gestor de acciones prestadas sino un poderoso inversionista. Es decir, (A) es un empresa pero (B), a la vez que vende acciones prestadas interviene en el precio futuro de esas mismas acciones. 

Hartos de estas prácticas de los grandes fondos que hunden empresa y economías, una serie de pequeños inversores agrupados por miles en plataformas digitales han reventado una operación de ese tipo comprando acciones de GameStop, consiguiendo así que el precio de esas acciones crezcan hasta convertirse en una burbuja especulativa que ha provocado pérdidas millonarias a los fondos. Lo que no está del todo claro es si el fundador y dueño de esas plataforma en las que se agrupan los pequeños inversores no sea un especulador más como sospecha la senadora  Warren y teme el ínclito Burry. En este caso estaríamos ante un efecto Flautista de Hamelin atrayendo con señuelos de la lucha contra los hadge fund a los descamisados de la bolsa, los pequeños inversores. En última instancia esta plataforma digital atoregulada por los mismos minoristas han demostrado su enorme capacidad de operación en los mercados financieros. 

Este curso de acciones no solo ha evidenciado el poder que pueden obtener los pequeños inversores convenientemente coordinados mediante plataformas digitales, si no algunas cuestiones más. Ha desvelado, aún más, la desconexión entre la economía productiva (A) y la economía especulativa (B) y la posición de dominio del capital financiero con respecto al capital productivo. Los grandes fondos de inversión siempre  ganan aun cuanto más pierde la economía productiva; en un juego incesante de crisis y “destrucción creativa” que va agrandando la brecha de desigualdad y concentrando la riqueza en muy pocas manos. El coste ambiental de este juego de “destrucción creativa” es enorme y agotador. La proyección política de esta inestabilidad constante se expresa en la emergencia del populismo conservador y autoritario. En la deuda pública de los Estados, que son tratados como presas apetitosas por estos fondos especulativos, que también operan en los mercados de deuda pública, recuerden la famosa “prima de riesgo” de los bonos públicos.

La teoría económica convencional explica el fenómeno de la “destrucción creativa” como una consecuencia positiva e inevitable de la innovación tecnológica, una especie de “selección tecno natural” donde la tecnología más adaptativa desplaza a la tecnología menos eficiente. Pero lo cierto es que el cambio tecnológico no es la causa, ni el efecto de la “destrucción creativa” sino que es el producto de la investigación científica básicamente pública. La realidad es que los mercados bursátiles usan la innovación tecnológica de forma altamente irracional e ineficiente con consecuencias sociales, ambientales y políticas indeseables.

Como demuestra el famoso juego del dilema del prisionero, la competencia de todos contra todos garantiza el caos colectivo mientras que la cooperación permite la maximización del optimo social. El mercado financiero como regulador usa “la innovación tecnológica” para echar a competir a los jugadores limitando y distorsionando la información con que cuentan los prisioneros. Por el contrario, un uso cooperativo de la innovación tecnología sería mucho más eficiente desde cualquier criterio de racionalidad social y ambiental. 

Por último, GameStop ha colocado en los telediarios la verdadera fuente   de donde brota la inmensa mayoría del dinero circulante que ya no son los Bancos Nacionales, ni siquiera la banca tradicional sino estos fondos de inversión generadores de dinero fiduciario. Se calcula que el PIB mundial, la suma de todos los PIB nacionales, es solo el 10% del total del capital mundial circulante; por tanto el restante, el 90%, es capital fiduciario.

Resulta paradójico que un autista Burry, que vio tempranamente el advenimiento de la crisis del 2008, haya estado también en medio de la pomada de la estrategia de sabotaje de la operación bajista contra GameStop. Dicen que los autistas no son capaces de mentir ni detectar la mentira pero en este caso es tal el grado de irracionalidad del comportamiento de la economía mundial que basta aplicar estándares rígidos de racionalidad para detectar los engaños y los trucos de este juego mortífero. La especulación financiera es el más peligroso virus que amenazan nuestras vidas y la del planeta. El desorden, la entropía, que introduce este juego especulativo nihilista debe ser aborrecido si queremos vivir.

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