Y fui feliz catorce días

Ante la desesperanza, la sinrazón y la impotencia, siempre nos quedará la poesía inmortal de Antonio Gala

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

Antonio Gala, en una imagen de archivo. Y fui feliz catorce días
Antonio Gala, en una imagen de archivo. Y fui feliz catorce días

El 28 de mayo de 2023 murió Antonio Gala. El escritor, que muchos creen andaluz de cuna, nació en Brazatortas, Ciudad Real. Aunque muy pronto, en 1939, los postreros cañonazos de guerra llevaron a su familia a trasladarse a Córdoba: la tierra que Gala abrazó para siempre, la tierra en la que ha lanzado al aire su último aliento. Treinta y ocho años antes de la muerte de su cuerpo, Gala firmó su Testamento andaluz, un poemario que vio la luz en 1985. De esta obra, el propio Gala afirmó: «Son 24 momentos en que me sentí como una tesela modestísima que forma parte de un enorme mosaico. En los años del esplendor, Abderramán III, califa de Córdoba, escribió su testamento que terminaba diciendo “y fui feliz catorce días” pero arrepentido de la exageración, agregó “no seguidos”. Yo no aspiré mucho tiempo a la felicidad: con la serenidad me basta no lejos de la con-fusión y del con-sentimiento». Un artista consciente de su minúsculo papel en el mundo y también de la efímera ilusión que es la felicidad.

En 1939, Antonio Gala llegó a Córdoba. Un año que quedó marcado para siempre a fuego en la memoria de un mundo en guerra. El año en el que la Alemania nazi empezó a ser combatida. El año en el que España vio encumbrarse a un dictador que moriría en la cama, casi cuarenta años y muchos miles de muertos después. El 28 de mayo de 2023, otro Francisco Franco ha llegado al poder. Ese es el nombre del nuevo alcalde de Encinarejo, el primero de Vox en la provincia de Córdoba. El día en que el poeta dulce de Brazatortas dejó huérfano a su testamento de libertad, Franco llega al poder en Córdoba. A veces las paradojas que nos rodean nos hablan, nos maltratan el alma, nos inquietan el espíritu. Nos dicen demasiado. «Contra la llama, sólo la llama. Contra el agua, la flor del arrayán. Bajo los artesones constelados pronunciaste mi nombre. Repítelo. “Todo está mal”. Repítelo. “Es malo todo”. Repite tú mi nombre». Así arranca el poema “Alhambra” de Antonio Gala, en Testamento Andaluz. 

Hace dos semanas les hablaba de la estupidez humana, de cómo no habría que subestimar nunca la idiotez a nuestro alrededor. Y la realidad a veces nos devuelve a la poesía como única salida, como arma única y vívida que esgrimir contra la barbarie. «Contra mi llama, sólo tu llama. Se debate el amor, crepita, rasga, esquiva, muerde, se encrespa lo mismo que un cachorro del que ignoramos si juega o nos devora...». Nos devora la vida cotidiana, las decisiones estúpidas e incompresibles, las diez de la noche de algunos domingos electorales.

La felicidad se nos escapa con la misma desenvoltura con la que le era esquiva incluso al califa de Córdoba. Ante la desesperanza, la sinrazón y la impotencia, siempre nos quedará la poesía inmortal de Antonio Gala. Eterna si la leemos, si la nombramos, si la protegemos, como la libertad. «Tu voz me da la fuerza contra la fuerza. Nómbrame y viviremos. Necesaria es la muerte; necesarios los dioses despreciables. Pero si tú me nombras... Ah, si tú me nombraras...». Así termina “Alhambra”, un poema de Antonio Gala, que no morirá nunca. 

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