Frankenstein: de nominis natura

La criatura de la Villa Diodati es una creación sin nombre, como aquello que no existe. Es solo un ser que sufre, sin ser hombre, como un hombre, como si hubiese sido un dios sin redención

El Frankenstein de Guillermo del Toro
30 de noviembre de 2025 a las 17:10h

Un clásico demuestra que sigue siendo un clásico cuando, aun siendo relativamente reciente (unos 200 años), mantiene su vigencia y sigue abierto a interpretaciones, ofreciéndose al debate, hablando del tiempo de los hombres para los que no fue escrito. Las manos entrelazadas de la ciencia y la modernidad son un claro fotograma del hoy; también, la precaución que parece exigirnos su inconcebible alcance.

Pero Frankenstein es un clásico por otras razones. La principal es la prístina obsesión del hombre por sobreponerse a la muerte, por ganarle la partida a quien ha demostrado ser invencible, a la reina negra que nunca se detiene. Pero, además, por otras constantes en el devenir humano, como son la obsesión ciega, el egoísmo, el rechazo, la culpa, la soledad que desea el alivio del amor, el poder y la servidumbre, la relación “padre e hijo”, el arrepentimiento, la cuestión de la identidad y lo cerca que están, a veces, el hombre y el monstruo.

Guillermo del Toro nos presenta a un monstruo muy humano y a un doctor monstruoso. Los personajes se construyen, como cada uno de nosotros en la vida real, a partir de la interacción con el resto de los personajes. Quien ama, quien se enfurece, quien busca, quien huye, quien exige, quien oculta, quien se lamenta, quien perdona, somos todos, dependiendo de cuándo y con quién. Sobre esto último es una de las mejores sentencias de la película:  “perdonar, olvidar, es la verdadera medida de la sabiduría”.

Con el mismo nombre que, para la criatura, lo era todo en un primer momento, Víctor, es con lo que lo perdona; su primera condena fue su último perdón. Y lo que a mí, personalmente, me sorprende de este relato es que sepamos el nombre de todos, menos del protagonista.

La criatura de la Villa Diodati es una creación sin nombre, como aquello que no existe. Es solo un ser que sufre, sin ser hombre, como un hombre, como si hubiese sido un dios sin redención.

El nombre nos humaniza. El hombre da nombre a cuanto lo circunda. A los objetos con que vive, a los escenarios que articulan su porción de mundo, a los animales con quien comparte sus horas, a sus hijos y, con genésica ternura, nombra con nombres que no son nombres a quienes son su círculo más cercano.

Y cuando nadie nos da esos apelativos cálidos -un padre, una amada- tomamos consciencia de que hay un mundo de ayer, un jardín cerrado desde el que ya no volverán a llegarnos esas voces. Aunque siempre nos quedarán sus ecos.