Moreno Bonilla en una sesión de control como la que tendrá este miércoles.
Moreno Bonilla en una sesión de control como la que tendrá este miércoles.

Cuando escribo esto no se sabe, todavía, si hoy Moreno convocará elecciones en Andalucía, el cuento de que viene el lobo con el que llevamos meses. Dicen que falta estabilidad parlamentaria, pero en democracia no debería confundirse estabilidad con rodillo. El Parlamento, cualquiera, es un lugar de conversación, de cambios de opinión si se tiene respeto a lo que una conversación significa. Para que el Parlamento sea de todos es bueno que sus decisiones estén sometidas a la conversación, al acuerdo y a la posterior decisión. La campaña electoral, casi cualquier campaña electoral, es el puro fango, como estamos contemplando en Castilla y León ahora mismo. El fango con el que llenan todo las macrogranjas, el fango de las mentiras sobre las macrogranjas, el fango de la financiación presuntamente ilegal y el fango de que cualquier mentira vale si es para ganar.

Las campañas electorales son una serie de esas malas, aburrida, siempre lo mismo, pero hipnótica. Lo más sano sería negarse a conversar sobre las mentiras que se sacan de la manga y conversar sobre quiénes son los mentirosos: al que mienta, ni agua. Dejar de gandulear ayuntamientos para no tener que entregarse luego.

Fango es dar un pésame con lema electoral; usar a la muertos, una vez más, para hacer campaña electoral. Fango es un tamayazo, y otro tamayazo, y un tamayazo más. El Congreso de los Diputados y varios parlamentos más tendrían que adaptar las cloacas para tanto fango, que el sistema de aire acondicionado no da ya para purificar un aire lleno de insultos y mentiras, de torceduras de tuercebotas. No es que los parlamentos deban ser templos de santidad religiosa, lugares impolutos y todas esa vainas; lugares, los templos, donde ya se sabe cómo terminan las cosas: aunque tampoco todos los templos son iguales.

Fango en estudios de televisión y de radio, entre periodistas genuflexos y políticos sin escrúpulos ni honestidad. Una cosa es que se caliente la boca y se diga algo incorrecto o exagerado; otra cosa es que no se digan nada más que mentiras y cosas inventadas, verdades torcidas y mamarrachadas varias. Y no, lo que pasa en España no pasa en todas partes.

Fango en la Iglesia católica, fango por arrobas, unidad agrícola de medida, once kilos y medio, al mismo tiempo que la arroba podría ser ya una media de flujo de comunicación, y de cómo fluye el fango y lo enfanga todo. En Deutschlandfunk, una emisora de radio alemana, se discutía ayer sobre la eliminación del secreto de confesión para el caso de determinados delitos. Me parece bien que se discuta sobre ello, lo que muestra hasta qué punto todo lo han llenado de fango, que no se ha llenado solo y que nadie les mandó obligar al celibato. Aquí solo cabe decir que en el pecado va la penitencia; Roma se desintegra una vez más, esta vez entre el noveno y el séptimo. Las derechas resquebrajan y llenan del fango de la mentira la democracia. Uno se pregunta si existe una relación fundamental entre estos dos hechos.

Contra la mentira se puede comer menos carne, por una cuestión de salud, y elegir carne de calidad, para que a quien la coma no le envenene el cuerpo.

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