Fanatismo contra la incertidumbre

Como en los mercados, deberíamos leer los papeles, ¿o le compramos lo que venda al charlatán solo porque grite bien?

Periódicos amontonados, en una imagen de archivo.
Periódicos amontonados, en una imagen de archivo.

Vivimos en la incertidumbre, y ante la incertidumbre insoportable para tantos, algunos se aferran a convicciones de dudosa fiabilidad para combatir su inquietud interna extrema. No es nueva la incertidumbre, solo basta recordar la incertidumbre ante la imagen de la muerte de tantas personas ante la muerte. Una incertidumbre antigua y para la que el ser humano ha ido buscando medios para combatir su desconsuelo: inventar todo un pensamiento que haga posible que se muere pero poco, y por poco tiempo, comparado con la eternidad. Las religiones no podían permitirse que el simple recuerdo fuera la vida eterna así que, manos a la obra, se mostraba necesario creer a pies juntillas que las condiciones para la salvación necesaria eran no solo creíbles sino ciertas. A quien viera las bambalinas del trampantojo y se saliera del guión se le declaraba anatema y se acababa con ella o con él.

Cuando no se dispone de un saber se utiliza la creencia, con la vida después de la muerte o con el futuro que hay detrás del horizonte. Las ciencias nos tenían acostumbrados a que eran instrumentos de predicción en los que se podía confiar, seguramente porque el valor que se ha impuesto hacia todo saber científico es el de su infalibilidad, no tanto porque sea así sino por la necesidad de que sea así. El ser humano se sabe pequeño y vulnerable, y algunas personas y comunidades combaten esa debilidad con la euforia de una nueva y última verdad que los rescate de su pequeñez.

Las religiones inventaron, como los refraneros, el populismo con el que dan a cada quien la tranquilidad mediante sus razones, para cada desamparo, para cada incertidumbre. Si llega un nuevo ‘pero’ se ofrece un nuevo ‘porque’. Lo importante es que esas religiones ofrecen una gran coherencia, la de una gran verdad última y definitiva: la salvación. Una salvación que en cada contingencia vital significará una cosa, pero siempre tendente a lo mismo: la hora del juicio final. Así se manipulan las conciencias. Así se logra el aplauso del público, como en los teatros donde se quiere el aplauso y donde el público de Larra vive escondido si todavía está en alguna parte.

Los partidos ha aprendido de las religiones y una prensa, en exceso ideologizada, ha aprendido también de las religiones y ofrecen a cada roto su descosido, como si todos los problemas tuvieran una solución, que no la tienen, para ofrecer a su parroquia la tranquilidad que les haga fieles y les mantenga el dominio y el negocio.

Mirar los periódicos, escuchar la radio, ver la televisión nos confronta con un mosaico demasiado dispar, incluso para personas muy bien formadas. Mosaico disparatado ante el que solo cabe poner límites al tsunami que, como desde los púlpitos, nos mostraría un sin fin de problemas que sí tendrían solución, pero solo en los brazos y las verdades de los que hablan desde esos púlpitos. No se nos enseña a pensar, no se nos enseña a categorizar para rechazar asuntos sin importancia y abordar solo los que la tienen; para aprender a vivir con los problemas que no tienen solución como quien vive con una enfermedad crónica. Hay almas demasiado desasosegadas que necesitan inmediatamente una solución, y en esa urgencia se lanzan en los brazos del fanatismo.

Es difícil, insisto, no sentirse noqueados ante el bombardeo constante sin tener a mano el temple para dejar que pasen de largo cosas que ni siquiera nos interesan o comprenderíamos falsas si tuviéramos tranquilidad. Hemos perdido, creo, mucha naturalidad en nuestras formas de vivir, alejados del pálpito de la empatía y la propia razón. Hemos externalizado el razonar por nosotros mismos para tener tiempo libre, de diversión y ocio. Hemos abrazado una vida totalmente teatralizada en la que a penas desempeñamos un papel sobre el que ni siquiera reflexionamos. Pero necesitamos la salvación; quien la necesite.

Como en los mercados, deberíamos leer los papeles, ¿o le compramos lo que venda al charlatán solo porque grite bien?

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