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El amor que me contabas me construía tan sin imperfecciones que me era legítimo desear creerte. Lo del para siempre pensé que estaba implícito.

He empezado a comer a las dos y a las dos y veinte ya he terminado de fregar los platos. Pongo las noticias en la tele, no quiero verlas mientras como, me resultan incompatibles, como si al tragar estuviera asumiendo todas las desgracias que veo como elementos cotidianos. La apago enseguida, prefiero mirar los diarios en el ordenador, no soporto tanta manipulación de la información. Hay un reportaje sobre una joven monja africana que ha venido a recuperar su rostro a España. Reconoce ahora que el sacerdote de su misión la violó durante años. Tanto duró que lo tenía normalizado, si en el primer mundo aún no se hace justicia por la violencia sexual de la Iglesia qué podemos esperar de la olvidada África.

Pero lo que la trajo aquí fue un grupo de guerrilleros sanguinarios que acabaron con media comunidad y le prendieron fuego al pequeño hospital. Se quemó salvando a los enfermos. Me pregunto si las hermanas de su congregación le hablarán del perdón. Mis recuerdos de infancia sólo me traen eternas peroratas sobre el pecado y la culpa. Mejor nos hubiera ido a todas si se hubieran centrado en el perdón. Lo mismo esa pobre religiosa piensa que tiene parte de responsabilidad en lo que le ha ocurrido. Yo misma no paro de darle vueltas a todo lo que hice mal y sin embargo no encuentro argumentos ni para perdonarte ni para perdonarme. 

Me recrimino haber vivido obnubilada, cerrada al mundo por esa nube en la que me envolviste y me dejé envolver. Me miraba en tus ojos. Me devolvías una imagen tan mejorada de mi misma. El amor que me contabas me construía tan sin imperfecciones que me era legítimo desear creerte. Lo del para siempre pensé que estaba implícito. Reconozco que no puedo encontrar el momento exacto en que tu amor me abandonó. Sólo conservo la comunicación de la ruptura, sin aviso previo, con premeditación y alevosía dijiste que era cosa de los dos, que nunca hubiera ocurrido si mutuamente nos hubiéramos priorizado. Qué absurdo me resulta recordarlo, nuestra relación era lo único que no había relegado. Puedo asegurar que mi amor estuvo vivo hasta varios años después de tan cruel alegato, humillándome en silencio en público y anegándome en lágrimas privadas.

Han pasado los años y el dolor sigue ahí. No como el acceso de locura que me paralizaba en un presente oscuro y quieto, tan irreal que se alimentaba de cansancio y de un sopor continuo. Más bien como la punzada de una vieja herida que presagia los cambios de tiempo. Acepto que se quede, me enseñó por las bravas a respetarme, a entender que más que tu amor, lo que más me faltó fue el amor propio.

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