Estos hechos son propios de una dictadura

En la realidad, la justicia es siempre una figura imperfecta, como el mismo ser humano; un esfuerzo que si se realiza honestamente podrá tener errores, que podrán ser corregidos con clemencia o con más justicia

24 de noviembre de 2025 a las 11:01h
Isabel Díaz Ayuso en una imagen reciente.
Isabel Díaz Ayuso en una imagen reciente.

El entrecomillado es una cita, algo que dijo exactamente la presidenta de la Comunidad de Madrid. Los hechos y lo que Ayuso dijo ocurrieron el 20 de noviembre, como todo el mundo sabe, el día en que se conmemora la muerte de Durruti. Esta columna es una pura ficción, lo que siempre fue una ficción de vieja escuela. La dictadura a la que Ayuso se refiere es parte de su performance, algo distinto a una ficción, aunque ahora todo parezca confundido porque se cultiva lo confuso. Aun sin saberlo, es a la de Franco y a cualquier dictadura, a la que Ayuso se referiría, donde no haya jueces de Berlín, ejem.

Acusaron, condenaron y encarcelaron sin pruebas a Lula da Silva, acusaron, condenaron y encarcelaron sin pruebas a Cristina Fernández de Kirchner, acusaron, condenaron, y vive en el exilio, a Rafael Correa. La condena al procurador mayor del reino parecería, lo es en esta ficción, el último volumen de las obras completas de Montesquieu sin espíritu y sin Leyes. Cuando leo, en María Eugenia Rodríguez Palop, Año Cero, solo puedo asentir: ustedes saben que la lectura de la literatura se suele compaginar con trabajos críticos y ensayos, para poder distinguir entre realidad, ficción y performación.

Aquel principio absoluto de legalidad, en el juicio penal, unido a la presunción de inocencia, parece desaparecido: nos quedaría la discrecionalidad con apariencia de actos genuinos. Una sentencia performativa, si estuviéramos en el siglo XX con palabrejas del XXI. Leyes sin alma, almas sin letras. Partituras para seguir entonando un himno viejo y apolillado. No es lo mismo creer que una sentencia es justa, solo porque me hace disfrutar una felicidad obscena y bobalicona, que saber que una sentencia no ha sido justa porque le faltan la sal y las letras, pero le sobra la mucha pimienta. O aceite, pero de ricino, un suponer. La ficción es lo que nos permite navegar por caminos insospechados y decir, literariamente, cosas verosímiles, pero no verdaderas. La performación parecía prometer mejores productos, pero se volvió aburrida con los insistentes autorretratos, la escenificación propia enfermiza y la pretensión que crear la realidad con prestidigitaciones y juegos malabares de palabras baratas o refinadas, lo mismo nos dé.

Si Berlín tuviera jueces saldrían de la mano a buscar la verdad, pero si era un cuento... Si era un cuento, alguien ya lo había escrito. Y si fuera un relato performativo, lo que importa es que la verdad sea lo que nosotros digamos, en el proceso y en el resultado. Para entendernos: los cuentos contarían algo verosímil, aunque la moraleja sea manipuladora; las performaciones son pura mentira inverosímil, a poco que nuestras habilidades cognitivas no nos hayan abandonado. Aunque sí, están muy abandonadas.

No sé qué pensarán los empresarios teatrales de la posibilidad de éxito de una puesta en escena de Esperando a Godot. La última que yo recuerdo la vi en El Canto de la Cabra y no la olvidé. Los diálogos absurdos brotarían sin esfuerzo. La crueldad haría su aparición una y otra vez. La figura que se espera, Godot, nunca llegaría, como crítica a un mundo demasiado manipulado por la esperanza. Para que nuestro deseado Godot de hoy llegara, la Justicia, habría que hacer algo y no solo esperar encadenados a la esperanza.

En la realidad, la justicia es siempre una figura imperfecta, como el mismo ser humano; un esfuerzo que si se realiza honestamente podrá tener errores, que podrán ser corregidos con clemencia o con más justicia. Y la primera clemencia era in dubio pro reo. El esfuerzo siempre fue, sobre todo, probar limpiamente y sin género de duda que alguien tenía culpa en algo, y no dejarse llevar por convicciones, sino por hechos. En la ficción tenemos a los jueces de Berlín. En la performación vemos “los hechos propios de una dictadura”: pasó algo, alguien estaba cerca y el que estaba cerca resultó culpable de los hechos porque alguien lo vio, o muchos o todos. Aunque, lo vieron haciendo qué. Responsabilidad objetiva, propia de un régimen político corrupto, o responsabilidad subjetiva: aparte del hecho, solo es culpable quien quede demostrado, sin género de duda, que cometió el delito.

¿Todo dejó de funcionar? No, de ninguna manera, pero los tres poderes del Estado no se respetan recíprocamente, y no respetan a las personas que forma la sociedad. Todo se nos ha ido convirtiendo en un circo, sí, en un circo romano donde la muchedumbre parece solo esperar al momento en que el tirano baje su dedo pulgar. La crueldad se ganó las almas de muchas personas, aunque no tantas como parecería.

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