Ya se va terminando el año y es tiempo de hacer balance de lo que hemos hecho durante estos meses, de lo que ha sucedido a nuestro alrededor, de lo que ha sucedido en el mundo. Han pasado muchas cosas este año, buenas y no tan buenas, pero lo que yo no puedo obviar, ni entender, ni aceptaré nunca es la cantidad de muertes de niños y niñas palestinos que se han dado durante este año y durante todos los años que se lleva dando el conflicto de Gaza. Eso es un puro genocidio que no se puede aceptar. Las guerras no son para nadie, pero menos lo son para los niños. Esos son niños inocentes que van a las escuelas, que juegan al futbol en la playa y que no han cogido un arma en su vida. Es fácil matar a los niños y además, así, si se mata a la población infantil, luego no habrá adultos en el futuro… ¿Verdad?... Fácil punto de mira de unas bombas llenas de odio y resentimiento, de una ideología que ya no se entiende, que ya no tiene ni pies ni cabeza.
Me pregunto cómo puede haber en este mundo una cabeza o unas cabezas pensantes que generen tal tipo de estrategia, aberrante e intolerable. Un total de 538 niños palestinos murieron durante este verano, más de 3.370 resultaron heridos, en torno a 54.000 perdieron su hogar y unos 1.500 se quedaron huérfanos. ¿Pero qué barbaridad es ésta que estamos observando? ¿Y si fueran nuestros propios hijos? UNICEF ya denunció en su día el efecto que tiene en los niños el ser testigo del uso de armas increíblemente dañinas que pueden cortar a la gente con terribles amputaciones y mutilaciones, despedazando personas delante de los ojos de los niños y delante de sus padres. La organización de la ONU estima que 373.000 niños han tenido algún tipo de experiencia traumática y requieren apoyo psico-social. No existen comentarios ante esto. Este año he tenido la oportunidad de ir un par de veces al otro lado del planeta y cuando haces viajes de tal distancia, te das cuenta de lo pequeño que es este mundo en el que vivimos. Somos un punto ínfimo dentro del universo infinito y todavía seguimos así, viviendo y consintiendo esta manera de actuar a nuestro alrededor. Pues yo no acepto esto más. A mí no me importan los colores, ni las razas, ni las banderas, ni las ideologías, ni los credos, ni nada. Creo en el ser humano como tal, y condeno abiertamente a todos los especímenes, porque no tienen la categoría suficiente para que se les pueda calificar de personas, que siguen haciendo, tolerando, aceptando y promulgando una monstruosidad de tal calibre. Esto no se puede aguantar más.
