Esperar en la acera

Antonia Nogales

Periodista & docente. Enseño en Universidad de Zaragoza. Doctora por la Universidad de Sevilla. Presido Laboratorio de Estudios en Comunicación de la Universidad de Sevilla. Investigo en Grupo de Investigación en Comunicación e Información Digital de la Universidad de Zaragoza.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a la vicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo. FOTO: MONCLOA
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a la vicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo. FOTO: MONCLOA

Siéntate pacientemente junto al río y verás pasar flotando el cadáver de tu enemigo. Así reza un proverbio chino que los occidentales hemos adoptado con alguna que otra variación terminológica. Si sustituimos la vera del río por la acera y eliminamos la necesidad de hacer navegar el cuerpo inerte de ese que nos jodía la vida, ya tenemos el refrán patrio: siéntate en la acera y verás pasar el cadáver de tu enemigo. Y es que en ocasiones no es preciso hacer nada para lograr hacer caer al otro. De hecho, hay veces en las que es justamente el enemigo el que se hace el harakiri en nuestras narices. Algo así está pasando en el congreso.

Estos días estamos asistiendo a un episodio de esos de suicidio del enemigo. Y además, comentado y transmitido en directo. Estamos siendo testigos de la inmolación de una idea. Ante la incredulidad de muchos, el patetismo de unos cuantos y el regocijo de otros tantos, parece que esa idea muere mientras nadie hace nada por salvarla. Sus enemigos disfrutan de lo lindo viendo cómo ni siquiera necesitan combatir para acabar con ella. Son sus propios valedores quienes, por inacción y por estar más pendientes de los dimes y diretes, la están convirtiendo en cadáver. Mientras que millones de votantes confiaron en ella, ahora se encuentran abocados a un posible funeral.

El proverbio que nos ocupa invoca a la paciencia frente a la adversidad como forma de solucionar nuestros problemas con los semejantes. La cultura oriental es partidaria de este tipo de resistencias pasivas, de victorias alcanzadas por la paciencia. La occidental, ya sabemos que no. Algunas veces, esa resistencia pasiva viene dada por la falta de motivación más que por un afán pacifista. Si no es preciso actuar para ver desfilar el cuerpo del oponente ¿para qué gastar energías en una batalla ya ganada?

En estos momentos, naranjitos, gaviotas y nostálgicos del yugo y las flechas se frotan las manos a la espera del cortejo de una caja de pino bien adornada. Dentro del ataúd reposa la idea de un gobierno que entierre a las derechas. Una idea que parece muerta sin que sus enemigos hayan tenido que mancharse las manos de sangre para aniquilarla. Y es que para liquidarla solo han sido necesarios sus propios impulsores. Los morados y los del capullo en mano no están siendo capaces de insuflar vida a un proyecto que tiene los días contados. Mientras que los primeros pierden más crédito y más votos por momentos, los segundos cada vez están dispuestos a ofrecer menos a cambio de un sí. Nunca dos aliados parecieron tener menos interés en ganar una batalla.

Quizá para el que se encuentra a la cabeza, ese fracaso sea el verdadero objetivo. No libran la misma guerra y han perdido el deseo de ocultarlo. A la idea le quedan menos de dos semanas para hacerse cadáver y pasar flotando delante de la orilla en la que aguardan pacientes sus detractores. Lo que conviene recordar a los que la están matando ahora es que nunca se sabe cómo reaccionarán los aldeanos ante el desfile de la muerte. Quizás pidan más carnaza o tal vez decidan apostar a caballo ganador para variar. Esperar en la acera nunca antes pudo ser tan rentable.

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