Manifestación feminista el 8 de marzo de 2023 en Jerez. FOTO: MANU GARCÍA
Manifestación feminista el 8 de marzo de 2023 en Jerez. FOTO: MANU GARCÍA

Me educaron en la cultura de los espacios separados para chicos y chicas. Estudie en un colegio religioso que segregaba.

En esta división del mundo por espacios, a nosotros nos correspondió lo público, la calle, y a las chicas, lo privado, personal e intimo, la casa. En los bares no había aseos femeninos. De esta forma nos socializaron para enfocar nuestros estudios a determinadas profesiones, y la realización de concretas actividades, despreciando aquellas que se hacían en el ámbito del hogar.

Nuestra actividad al ser considerada trabajo tenía unas jornadas máximas, estaba protegida por la ley, y se nos garantizaban unos tiempos mínimos de descanso, que dedicamos a nuestro ocio y aficiones. Creamos asociaciones, clubes, peñas, que nos permitieron ocupar ese tiempo libre que nos dejaba nuestro espacio.

En el espacio de ellas no había tiempo libre ni descansos, porque entendíamos que sus tareas no eran trabajo, la ley lo decía, y la cultura también. Por eso no inventaron el fútbol, ni llenaron los estadios, no tenían tiempo.

Hace poco viendo en la televisión un partido de fútbol de la Europa Ligue, observé como la hinchada era casi en exclusiva masculina, y sus comportamientos, cánticos, y gestos, propios solo de hombres. Pensé que eso mismo sucede en deportes donde las protagonistas son mujeres, pero el público mayoritariamente masculino.

Sucede porque seguimos ocupando lo público, y no porque ellas no quieran o puedan ocuparlo, simplemente no las dejamos. Nuestra participación en las tareas del hogar y los cuidados sigue siendo insignificante, y eso les impide disponer del tiempo libre del que nosotros disfrutamos.

Espacio público sigue siendo sinónimo de masculinidad, los bares, las asociaciones, los espectáculos. La mujer asume tareas que le impiden acceder a estos espacios en condiciones de igualdad con el hombre. Son algunos de los privilegios que los hombres tenemos, que nos negamos a reconocer y a renunciar.

En la empresa, y en lo político, donde la presencia femenina es anecdótica y decorativa, junto a una presencia masculina abrumadora. No importa que lo gestionado sea un ámbito o actividad femenina, sus dirigentes, o ejecutivos serán hombres.

La gestión de los espacios es una tarea importante de la igualdad, que tenemos que aprender a realizar de otra forma más racional, justa e inclusiva. Los hombres estamos obligados a ocupar de forma efectiva la parte de lo privado que nos corresponde, con ello liberaremos tiempo para que las mujeres puedan los espacios públicos que les pertenecen, y que hasta ahora venimos usurpándoles.

Pero para un hombre no es fácil ocupar esos espacios no valorados. No es sencillo asumir como propias, tareas que nos suponen una humillación, y desprestigio. Renunciar a esas tres horas libres de más, que al día disponemos para nuestro ocio, en relación con ellas. Admitir eso cuesta, porque significa reconocer nuestra responsabilidad en la desigualdad, y que la relación con las mujeres debe ser entre iguales, y no de jerarquías, y poder.

El día que los hombres dejemos de considerar esa mentira interesada del sexo débil, la idea de ayudar y colaborar, y pasemos a la corresponsabilidad, habremos comenzado desmontar esa perversa arquitectura de los espacios y el género, con la que machismo y patriarcado nos dividen, explotan y humillan a la mujer.

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