La incontinencia, ya sea urinaria o fecal, sigue siendo una de las afecciones más silenciadas del sistema sanitario. Pese a afectar a millones de personas, su peso emocional, social y físico rara vez trasciende la consulta médica. Dos mujeres, Àngels Roca y Maite Carreras, han decidido alzar la voz y poner rostro a esta realidad invisible. A su lado, profesionales de la salud como la rehabilitadora Soraya Hijazi, el médico de familia Andrea Branchina y el enfermero Francisco Cegri, entre otros como Arantxa Muñoz o Pedro Blasco que explican qué se está haciendo y qué queda por hacer.
Un tabú que condiciona la vida
Àngels Roca, presidenta de la Asociación ASIA, sufrió durante diez años incontinencia fecal severa tras un parto complicado. “Llevaba pañales cada día. Perdí confianza, mi vida laboral se resintió, me aislé. Me costó incluso hablar de ello con los médicos”, recuerda.
Su vida cambió tras acceder a un tratamiento de neuromodulación sacra, pero no olvida el silencio que rodea la enfermedad: “Hay soluciones, pero falta información y formación. No se puede vivir diez años escondida por vergüenza”. Hay que decir que la asociación ASIA la montaron con profesionales como la coloproctóloga Arantxa Muñoz, que dice: “Los pacientes son clave en el engranaje terapéutico… las asociaciones permiten que más gente dé el paso de hablar”. Y añade: “Hay opciones terapéuticas con buenos resultados… incluso en casos que parecían perdidos”.
Una experiencia similar vivió Maite Carreras, tesorera de ASIA, afectada por una lesión en la pelvis que la llevó a perder su casa y su negocio. “Me preguntaba si mi vida se había acabado. No podía viajar, ni salir con tranquilidad. La incontinencia me robó hasta el ánimo. Pero encontré ayuda y volví a vivir”, explica.
¿Por qué cuesta tanto hablar de ello?
Andrea Branchina, médico de familia, lo tiene claro: “Es un síntoma invisible y cargado de vergüenza. Muchas personas vienen a consulta por otros motivos, pero en realidad quieren contar que tienen incontinencia. Sobre todo los varones, y más aún cuando se trata de incontinencia anal”.
Por eso, añade Paco Cegri, enfermero, el papel del profesional es ser activo: “No podemos esperar a que nos lo cuenten. Tenemos que preguntar: ‘¿Tiene pérdidas de orina o de heces?’ con naturalidad, adaptándonos al lenguaje del paciente. Si no lo hacemos, el problema se queda sin diagnosticar y sin tratar”.
Abordaje integral y sin juicios
El tratamiento no se limita a dar absorbentes. Soraya Hijazi, rehabilitadora de la unidad de suelo pélvico del Hospital de Albacete, insiste en que “la incontinencia requiere un enfoque global, individualizado y respetuoso”. En su unidad se trabaja con fisioterapia, electroestimulación, reeducación miccional y defecatoria, así como normas de conducta que mejoran la calidad de vida.
“Tenemos pacientes desde jóvenes con secuelas de partos hasta mayores operados de cáncer de próstata o de colon. Evaluamos cada caso y personalizamos la intervención”, señala Soraya.
Además, se pone el foco en la prevención: evitar el estreñimiento, mejorar la dieta, reducir el consumo de excitantes vesicales (como el café o el alcohol), o enseñar a usar el suelo pélvico correctamente en el deporte. “No todo es fortalecer: también hay hipertonía, músculos que están demasiado tensos y no funcionan bien. Hay que conocer el cuerpo y tratarlo con lógica”, subraya Hijazi.
Pedro Blasco, urólogo añade: “La mayoría de los casos pueden y deben ser abordados desde la consulta de primaria en un primer nivel. Solo una minoría requerirá estudios más complejos, como la urodinamia”.
El peso emocional
La incontinencia fecal no solo afecta físicamente, sino que también tiene consecuencias emocionales y sociales. La vergüenza y el miedo al juicio social pueden llevar a las personas a evitar situaciones públicas, reducir su vida social e incluso experimentar depresión. La presidenta de ASIA destaca que la falta de visibilidad y el estigma asociado a esta condición dificultan que muchos pacientes busquen ayuda profesional .
Más allá del diagnóstico médico, la incontinencia deja huella emocional. “Provoca aislamiento, baja autoestima, incluso depresión. Muchos dejan de salir, de trabajar o de tener relaciones. Tenemos que acompañarlos también en eso”, explica Paco Cegri. Por eso, desde atención primaria se plantea un enfoque biopsicosocial: físico, emocional y social.
Andrea Branchina añade: “La mayoría de los casos podrían prevenirse si se actuara antes. Pero para eso necesitamos que la gente lo diga y que los profesionales lo escuchen sin juzgar. Aunque tengamos la agenda llena, hay que abrir ese espacio”.
Una llamada a la acción
Tanto pacientes como profesionales coinciden en lo esencial: hay que hablar. La incontinencia no puede seguir siendo un tabú. “Es una enfermedad, no una vergüenza”, recuerda Àngels Roca. “Con el tratamiento adecuado, se puede recuperar la vida”.
Los profesionales reclaman más formación, más unidades especializadas y más campañas informativas. Pero también apelan a la empatía. Como concluye Andrea: “Si no lo cuentas, no podemos ayudarte. Pero si lo cuentas, hay mucho que podemos hacer”.
Es fundamental promover la concienciación, reducir el estigma y fomentar el acceso a tratamientos adecuados para mejorar la calidad de vida de quienes la padecen.
