Ramón Bayés: la sabiduría serena de una vida dedicada al bien morir

Defensor firme de la autonomía del paciente, creía que la libertad de decidir sobre la propia vida debía incluir también la forma de morir. No como una huida, sino como una elección consciente

ramon. bayes
09 de agosto de 2025 a las 08:51h

El 6 de agosto de 2025 nos dejó Ramón Bayés, una de esas personas que, aunque se vayan físicamente, siguen acompañándonos con sus palabras, su ejemplo y su mirada profundamente humana hacia la vida… y hacia la muerte. Tenía 92 años, pero su lucidez, su calidez y su compromiso no conocían calendario.

Psicólogo, divulgador, catedrático emérito, humanista, Ramón Bayés dedicó buena parte de su trayectoria a un tema que muchos prefieren evitar: el final de la vida. Pero lo hizo desde la serenidad, con ternura, con respeto. No hablaba de la muerte para provocar, sino para acompañar. Para ayudar a entender que el morir también puede ser un acto profundamente humano, lleno de dignidad y sentido.

En sus libros —como El reloj emocional o Qué hay después del último segundo— y en innumerables charlas, Bayés puso palabras donde antes solo había miedo o silencio. Fue pionero en la introducción de los cuidados paliativos en el ámbito psicológico en España, y su trabajo contribuyó a que muchas personas pudieran transitar el final de la vida con menos angustia y más paz.

Pero más allá del académico, del autor, del profesional brillante, quienes lo conocieron recuerdan sobre todo a una persona entrañable, cercana, profundamente ética. Su voz pausada, su mirada comprensiva, su capacidad para escuchar sin juzgar. Ramón era de esas personas que te hacían sentir que todo, incluso lo difícil, podía tener sentido si se miraba desde el amor y la compasión.

Defensor firme de la autonomía del paciente, creía que la libertad de decidir sobre la propia vida debía incluir también la forma de morir. No como una huida, sino como una elección consciente. Y siempre desde el respeto más absoluto por cada historia, cada persona, cada momento.

Su forma de estar en el mundo era un testimonio vivo de coherencia: vivió como pensó, y murió como vivió, con calma, con lucidez, con gratitud.

Hoy, quienes seguimos aquí, nos quedamos con sus palabras y su ejemplo. Nos enseñó que acompañar es más importante que intervenir, que preguntar es más valioso que imponer, y que la muerte, bien mirada, no es una enemiga, sino una parte inevitable —y natural— del viaje humano.

Gracias, Ramón, por tanto.