Una clase de Epic Kids publicada en su 'fanpage' de Facebook.
Una clase de Epic Kids publicada en su 'fanpage' de Facebook.

Imagino la primera clase: «Bien, chicos (siempre en masculino, por supuesto), ¿qué ideas tenéis para un negocio?, ¡que levante la mano quien quiera hacerse rico!». Y acto seguido a esa profesora mirando el aula satisfecha, sonriendo con agrado mientras enseña a los niños de siete y ocho añitos la palabra «emprendimiento».

Por supuesto que no se trata de una educadora ni una pedagoga, sino de una empresaria del ámbito de los recursos humanos, como debe ser en este mundo especializado. Imagino después a esos padres orgullosos, ingenuos, esperanzados de ver crecer al nuevo Mark Zuckerberg de la bahía, viendo como sus hijos se sumergen en el capitalismo más precoz, en el mundo de la competición y en la supervivencia del más fuerte.

“Los niños tienen ‘hobbies’ y no saben que se pueden convertir en negocio”, ha declarado a la prensa la responsable de Epic Kids. Tiene razón, ¿por qué dejarlo como una simple afición cuando puede sonar la caja registradora?, ¿para qué perder el tiempo con aficiones por el placer de aprenderlas?

La película de terror neoliberal prosigue con la siguiente frase: «Ellos van a tomar las decisiones, pero el trabajo duro va a ser para los padres y para nosotros; estaremos todos en el proyecto». Que no falte un marcaje paternal férreo a los chicos y las chicas, no vayan a echar a volar su imaginación. La ponente sigue mostrando su lucidez: «Estoy muy sorprendida de cómo ha ido todo; hemos infravalorado a los niños: yo pensaba que iban a hacer cosas para vender pulseras, chocolates, tartas, etc. Pero todos los proyectos son tecnológicos». Otro clásico del emprendimiento cool: lo artesanal con connotaciones peyorativas, la sobrevaloración de lo tecnológico, porque claro, lo artesanal nunca puede ser rentable.

Bajo la estricta vigilancia de los padres y la supervisión activa de una empresaria (o mentora, como se hace llamar en su web), el laboratorio emprendedor cuenta con la colaboración de firmas como Tiger (una empresa a la que se le conocen casos de explotación laboral) o Huawei, y lo que es mejor, la participación de la Universidad de Cádiz. Un poco del dinero de todos (otro clásico neoliberal, la financiación pública).

Si una idea triunfa, explican los promotores, los padres poseerán el 75% del capital y la escuela el 25%, y acto seguido y sin sonrojarse dicen: «El dinero no es relevante para ellos sino el crecimiento personal». Un doble tirabuzón mortal difícil de entender. ¿Si no es importante el dinero por qué firman un contrato previo de comisiones?

La farsa de las startups y del emprendimiento vacuo no va a parar; es una rueda demasiado grande que comenzó a girar hace mucho tiempo en nuestro país. El capitalismo salvaje es capaz de pervertir hasta lo más inocente de nuestra sociedad: la infancia. Profesoras sin remordimientos que ni siquiera se plantean si hacen algo mal, al revés, pasean su orgullo por los medios de comunicación. Un show perverso. Una rueda capaz de engendrar monstruos hipercompetitivos y egoístas de siete añitos bajo un barniz impostado de aprendizaje colaborativo y responsable. La manzana prohibida de Blancanieves.

La pesadilla más aterradora de Paulo Freire.

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído