El programa La Revuelta de Televisión Española supuso para mí, al principio, una pequeña revolución personal: una ventana por la que entraba aire fresco, joven, desenfadado, atrevido… y además entretenido. Una bocanada de oxígeno en ese panorama televisivo nuestro, tan dado a la parrilla encorsetada, frívola y un pelín conservadora (por no decir rancia).
Hay que reconocerle a David Broncano y a su equipo el mérito de colarse en nuestras casas, en prime time, con una propuesta distinta —o al menos eso parecía—, más libre, más moderna, incluso con un puntito de cultura entre tanta risa. Y yo, ingenuo de mí, me lo creí.
Pero del entusiasmo inicial pasé pronto al “bueno, tampoco era para tanto”. Salvo algunas entrevistas memorables —esas pocas que uno recomendaría de verdad—, la mayoría de los invitados e invitadas van de promoción: libro nuevo, película, canción… Nada que no hayamos visto mil veces con otro decorado.
Lo que más me llamó la atención, sin embargo, no fue la rutina, sino el aroma inconfundible del machismo de toda la vida, ese pensamiento masculino de manual que no siempre coincide con el de los hombres, pero que se percibe, se huele, se palpa.
Para empezar, el equipo fijo del programa: todo hombres, salvo alguna aparición femenina esporádica, tipo Lala Chus, que pasa por allí como quien echa azúcar en el café, para disimular el amargor. Luego están las bromas y los comentarios “de cuñado”, esos que pretenden ser simpáticos, pero revelan, entre carcajada y carcajada, toda una ideología. Quienes hemos intentado deconstruirnos un poco reconocemos perfectamente ese humor de bar: chistes, guiños, preguntas, miradas, risitas… el viejo pensamiento hegemónico masculino disfrazado de modernidad televisiva.
Hasta se atrevieron con una pregunta delirante: si los entrevistados se consideraban más machistas o racistas. Maravillosa ocurrencia. Y cuando se dieron cuenta del despropósito, en lugar de disculparse, intentaron arreglarlo con más testosterona: preguntando al público si les parecía adecuada la pregunta. Sublime.
Y no podía faltar la joya de la corona: la famosa pregunta sobre las relaciones sexuales en los últimos treinta días. Una cuestión tan ingeniosa como una piedra pómez. Incómoda, fuera de lugar y, seamos sinceros, puede que solo divertida en las mentes masculinas del equipo. Luego viene la repregunta, el morbo, la insistencia en los detalles. Muy progresista todo, sí.
Eso sí, no todo es queja: también es de agradecer que el programa haya dado visibilidad a causas importantes —Palestina, los damnificados y damnificadas por la DANA, las enfermedades raras—. Es justo reconocerlo. Pero echo en falta, con la misma fuerza, que nunca se haya hablado de violencia machista o de lo que piensan los hombres (y el programa) sobre ella. Especialmente cuando el pasado 21 de octubre, en varios lugares de España, grupos de hombres se reunieron para decir “¡Basta ya a las violencias machistas!”.
Porque sí, entre risa y risa, conviene recordarlo:
tras el humor también se esconde el machismo.
Con todo mi cariño y respeto,
Un espectador.



