El guantazo

Alguien que tenga una vida pública, aunque sea mínima como en mi caso, queda a merced de estos sujetos que cargan sobre él o ella rumores pueblerinos, chismes de su vida privada, falsedades y calumnias

JOSE PETTENGHI ARTICULO

Biólogo y profesor.

El momento en el que Will Smith propina un bofetón a Chris Rock.
El momento en el que Will Smith propina un bofetón a Chris Rock.

El mundo ha visto el cachetazo del actor Will Smith al chistoso presentador de la gala de los Oscars. El tipo se quedó con el bofetón -un señor bofetón- por burlarse de cierto aspecto físico de la esposa de Smith.

El guantazo ha oscurecido el siniestro brillo de los misiles de la guerra en Ucrania, los faros de los camiones en huelga y los oros de las fechorías del Emérito. ¡Cómo somos!

Pero ha dado alas al debate. ¿Dónde está el límite de la broma (si es que lo era)? ¿Burlarse de los defectos ajenos es admisible? ¿Es lícito responder con violencia a la burla?…

Infinitas opiniones al bofetón planetario, pero yo prefiero refugiar la mía en el entorno pequeño de mi escala vital. Porque aquí también asistimos al espectáculo vomitivo de gente que, a través de un blog, un micrófono o una columna en prensa, pincha, mortifica, calumnia e insulta, por el puro caprichito de hacerlo, o porque creen que eso hace gracia a sus amigotes.

Alguien que tenga una vida pública, aunque sea mínima como en mi caso, queda a merced de estos sujetos que cargan sobre él o ella rumores pueblerinos, chismes de su vida privada, falsedades y calumnias. Son mediocres empeñados en ser algo para que se les tenga por alguien. Sin mirarse ellos mismos, como el cojo que se ríe de otro cojo.

Y usan al prójimo para burlarse de su forma de vestir, hacer chistes sobre su origen familiar, poner diminutivos ridículos o motes infamantes. Anteponen esas vilezas a la legítima crítica acerca de su vida pública o su actividad pública o política.

Por eso hay que saber olvidar y saber despreciar. Saber despreciar la bajeza supone un gran apoyo en la vida. Así las injurias no te mojan y te acorazan para siempre, te hacen invulnerable a las heridas y a las pedradas que tiran manos anónimas y no tan anónimas.

Me he cruzado en la vida con gente de barro que he conseguido eliminar, no existen, no veo sus nombres y sus rostros se han difuminado.

Al final es una cuestión de higiene: simplemente ignoro si hacen algo o no, si están vivos o no. El desprecio los ha eliminado de mi mente, solo están ahí esperando que el desagüe se los lleve cañería abajo.

 

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