El alcalde pobre

La decisión de Kichi de colocar su retrato en la Alcaldía, levantó en su momento una polvareda con olor a incienso. La derecha local estaba también por borrar a Salvochea de la mitología gaditana

Biólogo y profesor.

El alcalde José María González, en la inauguración del centro Fermín Salvochea.

Hoy me acordé de Fermín Salvochea. El Salvochea víctima de la hipocresía y la equidistancia moral. Veamos: el pleno municipal de febrero de 2007, en plena apoteosis del teofilato, acordó celebrar un homenaje a Salvochea, alcalde de Cádiz, con motivo del centenario de su muerte.

Votaron y se comprometieron con el pueblo.

Llegado el día, no se acordaron de Salvochea y sólo unas asociaciones o los vecinos de Loreto recordaron al “alcalde pobre”. El Ayuntamiento, nada. Desaparecido.

Salvochea aún metía miedo a la derecha local bienpensante, la misma que se santiguaba despavorida al verlo pasar en vida y que trató de borrarlo de la Historia. Así, en 1936 destruyó la lápida que en 1908 puso el pueblo en su casa natal, y a la calle que llevaba su nombre le pusieron Obispo Pérez Rodríguez, obispo de Cádiz durante el golpe militar fascista.

Ya con Carlos Díaz en la alcaldía se devolvió el nombre a la calle y se erigió un busto en Loreto.

La decisión de Kichi de colocar su retrato en la Alcaldía, levantó en su momento una polvareda con olor a incienso. La derecha local estaba también por borrar a Salvochea de la mitología gaditana. A su estilo, con esa suavidad de sacristía y charlatanería difusa que tanto gusta aquí.

Salvochea, un tipo duro, federalista, ateo y republicano, que se pasó la vida de cárcel en cárcel, no encaja bien con nuestra derecha local beatona y cerril. Desentona en este Cádiz de grasienta beatería, porque fue un tenaz adversario de militares, obispos y banqueros. Y no lo hacía de boquilla, sino defendiendo con su escaso patrimonio a débiles, pobres y desgraciados.

Alguien que se negaba a que levantaran monumentos a los muertos mientras hubiera vivos pasando necesidad, resultaba -y aún resulta- molesto en esta ciudad de pregón y placa. Un tipo que trató como hermanos a todos sus semejantes, y que no se rindió ante la corrupción ni la injusticia, es una amenaza en esta ciudad hipócrita. La sencillez de su vida y su desinterés por las cosas materiales, todavía lo hacen peligroso en su ciudad natal. Y aún sigue escandalizando a los que confunden -aún- delito con pecado.

No sé, hoy me acordé de Salvochea. Será que estamos en vísperas electorales.

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