Una vieja maleta. FOTO: VIAJARESVIDA.COM
Una vieja maleta. FOTO: VIAJARESVIDA.COM

Me es fácil imaginar que cuando mi padre emigró a Alemania en la década de los sesenta llegaría a Frankfurt con su maletita bien atada con una cuerda y con igual cantidad de miedo que de vergüenza ante lo desconocido. Es la imagen icónica de los emigrantes de esa época. La España del desarrollismo consistió, entre otras cosas, en la expulsión de más de un millón de españoles a países como Bélgica, Alemania, Francia, Holanda, etc. en busca de oportunidades, en búsqueda de una nueva vida donde el bienestar y la prosperidad fueran frontispicio del presente y del futuro. Hubo de todo. Me contaba mi padre cómo se vivía en esos barracones de la Opel donde españoles, griegos, portugueses…hacían cruces pensando en mejorar su situación. Muchos se quedaron y prosperaron, otros volvieron ante la mínima oportunidad de trabajo en España. Y todos, al fin y al cabo, con una experiencia tan importante para ellos que la irán contando como una heroicidad a sus hijos y nietos como la aventura que realmente fue.

Recuerdo a mi padre como se entusiasmaba hablándome de un tal Willy Brandt y una cosa que se llamaba socialdemocracia. De cómo él pensaba que el muchacho ese, Felipe, tendría la responsabilidad de hacer lo que Brandt hacía en Alemania. Emigrantes españoles, con una mano delante y otra detrás, sin más formación que la recibida en la “universidad de la calle” queriendo salir de las calamidades que de niños les trajo la posguerra y que a pesar de la propaganda franquista y opusdeista de la época que nos vendía prosperidad, paz y desarrollo, la realidad es que no había ni hay familia española de clase media o trabajadora que no tenga entre sus miembros a alguien que no se tuviera que ir  a buscar fuera lo que se les negaba dentro.

Han pasado décadas, han pasado muchas cosas, nuestro país es hoy un país libre, democrático, social y de derecho (eso pone en la Constitución). Yo, hijo de obrero, uno de esos obreros que tuvieron que salir a buscarse la vida por esos mundos de dios, de esos españolitos que desde Alemania lo único que les llegaba de España eran los goles del Madrid en la copa de Europa y la canción del emigrante de Juanito Valderrama; pues bien, hijo de ese obrero yo he podido ir a la Universidad, formarme, creo que intensamente, hacer oposiciones, tener incluso importantes responsabilidades públicas. En definitiva y, en su justa medida, yo, como tantos otros, somos ejemplo de la evolución de España, tanto en lo político, en lo económico como en lo social. Tanto se evolucionó que en las décadas de los noventa y dos mil pasamos de ser un país de emigrantes a serlo de inmigrantes, miles de personas que venían a nuestras tierras a buscar las oportunidades que les eran vedadas en las suyas.

Hoy, avanzado ya el año 2020 es notorio que la historia, que es como una noria, se repite, y hombres y mujeres de España vuelven a necesitar salir a otros países para encontrar un futuro laboral mínimamente digno. Miles de personas vuelven a cruzar los pirineos. Esta vez no se va con maletas atadas a cuerdas, los que van no son, como mi padre, analfabetos. Ahora se van jóvenes de los que llamamos sobradamente preparados, ingenieros, médicos…los cuales se van a los mismos países a los que se fueron sus padres y abuelos hace 50 años. Afortunadamente, como digo, gracias a la evolución de nuestra democracia y las políticas de bienestar que hemos disfrutado, los emigrantes de ahora se van en otras condiciones, por lo menos en cuanto a la formación que tienen. Pero se van. Es triste, pero es así. La crisis económica de 2008 nos puso contra el espejo de nuestros déficits como sociedad y este año, cuando parecía que comenzábamos a dejar atrás esos malos años, la pandemia nos mete en otra crisis, aún en ciernes pero que ya nos deja algunos titulares a considerar para avanzar: la sanidad, la investigación, la tecnología, la industria y la formación son indispensables para nuestra propia supervivencia. El Estado, que para eso es nuestro común denominador tiene que hacer esfuerzos para que esos sectores, algunos totalmente desmantelados, sean objetivos inexcusables de futuro. Mientras, tristemente, un nuevo mazazo para nuestros jóvenes que nuevamente se tendrán que ir porque aquí no se les ofrece nada de nada. Un Estado invirtiendo en los últimos 30 años en formar de manera excelente a nuestros jóvenes para después echarlos a otros países para que ellos rentabilicen esas capacidades. Inaudito.

Esperamos, una vez más que la experiencia de tiempos pasados pero recientes nos haga pasar de la reflexión a los hechos. Tengo dos hijas, Cecilia y Helena, tienen 21 años y aún les queda tiempo, pero me da miedo sus futuros, así que por lo menos, si nos dejan, intentan formarse para que por lo menos tengan la oportunidad de emigrar.

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