La realidad paralela de nuestros políticos

Me refiero a esos personajes que nos representan malamente, los que salen continuamente en los medios de comunicación insultando, denigrando, ridiculizando y diciendo invariablemente lo malos que son los otros…

miguel angel lopez moreno

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Imagen de ©Ángel López Glez.
Imagen de ©Ángel López Glez.

Me parece a mí que los vecinos que caminamos por las aceras somos más nobles que nuestros políticos. Me refiero a esos personajes que nos representan malamente, los que salen continuamente en los medios de comunicación insultando, denigrando, ridiculizando y diciendo invariablemente lo malos que son los otros… incluso lo hacen en el propio parlamento, que debería ser el culmen de la cortesía y un ejemplo del saber estar y del saber decir. El problema es que, casi siempre, parecen tener razón, es decir: los oponentes son los que merecen improperios, ellos no. Y viceversa. 

Los políticos que salen en los medios (sean quienes sean) adoptan poses de seriedad, gesticulan adecuadamente para convencer mejor… pero suelen propalar mentiras inventadas conscientemente, o dicen cosas que chocan frontalmente con lo que dijeron ayer, y lo hacen con descaro y con tal impunidad que provocan una profunda vergüenza ajena en los ciudadanos… ¿Cómo es posible que este personaje me represente? ─llegamos a pensar cuando los vemos masculinamente serios diciendo gilipolleces de alto calibre─. Casi todos nuestros políticos (y digo casi todos porque no todos son decepcionantes, los hay honestos y educados) dan la sensación de no tener nada que ver con la gente que camina por las aceras. Inventan una realidad paralela, que es una realidad vociferante, crispada, beligerante. Viven en ella, de ella y por ella… y los medios de comunicación la propagan como si fuera lo único que merece la pena ser difundido. Políticos y medios de comunicación forman un binomio malísimo para nuestra salud mental. Pero la realidad diaria de las aceras no tiene nada que ver que ese binomio. La gente de la calle suele ser amable y se tolera la mar de bien.

El problema surge cuando los vecinos entran y se instalan en esa realidad paralela en la que viven los políticos y los medios propagan y multiplican. La influencia de la manipulación mediática ha llegado a ser tan intensa que hace distinguible a la gente. Mi amigo José Mari, por ejemplo, no deja de escuchar ciertas emisoras de radio, leer ciertos periódicos y ver ciertas televisiones, y, para colmo, se enreda en las redes sociales. Por tanto, el pobre está siempre cabreado con el mundo. Se le nota en la cara… Son medios de comunicación que provocan crispación de forma consciente. Inciden exclusivamente en ciertos y únicos aspectos de los hechos, mezclan realidades parciales con opiniones interesadas. Manipulan con malas artes la realidad para decantar la opinión hacia sus posiciones ideológicas… esos ciudadanos que caen en las redes mediáticas crispantes, que se empapan de los mantras que se repiten hasta el empacho, van por las aceras con el gesto torcido ─mi amigo Jose Mari va así, el pobre─, soltando a la menor ocasión que Sánchez es un okupa y preside un gobierno Frankenstein, o los hay como servidor, que tildan a VOX de partido neofascista y al PP de acoger sin complejos a nostálgicos filofascistas que ni siquiera saben que lo son.

Pero la inmensa mayoría de la gente que se cruza en las aceras no son como los políticos que insultan, abuchean y ridiculizan al otro en el parlamento. No somos así. Un ciudadano libre de la contaminación mediática vive en una realidad amable. Es capaz de saludar al que se cruza en su camino o hacer un leve gesto de agradecimiento al conductor que se detiene delante del paso de cebra. Y esos simples gestos provocan bienestar, desactivan cualquier atisbo de animadversión y contribuyen a crear picos de felicidad en los otros… La inmensa mayoría de la gente que caminamos por las aceras somos más sensatos, educados y respetuosos que nuestros representantes políticos. Lo demostramos en el día a día. Estoy convencido.

 

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