Una democracia digna de Orwell

Casi siempre tengo la sensación de que los partidos políticos ─con contadas excepciones─ son sectas que se defienden de influencias exteriores encerrándose más radicalmente en sus propios caparazones ideológicos

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Llamémoslo Ezequiel.

Esta democracia es irreal. La política y la justicia se han vuelto tóxicas porque nada es lo que parece. Nadie es ecuánime. Tenemos asumido que cada político miente y sesga la realidad hacia su propio interés. Lo tenemos interiorizado y, aun así, los escuchamos como si fueran dignos de ser escuchados. El acoso que ha recibido la izquierda en España en los últimos años ─con bulos, campañas orquestadas y acusaciones falsas─ es escandaloso. Y aún más cuando se ha sabido que surgen de las mismas entrañas del Estado mientras gobernaba el Partido Popular. Esto es propio de regímenes profundamente corrompidos, donde el sistema judicial está colonizado por intereses ajenos a la justicia. El uso de mentiras y fabulaciones, que ha realizado la derecha política y mediática, incluso en el mismo parlamento, es inasumible en cualquier sistema político que se considere serio. Y ha pasado y sigue pasando en España con total impunidad. 

Los discursos que se difunden son radicalmente confusos. Ya no sabemos con certeza qué cosa es la realidad porque nos presentan verdades a medias, falsedades creíbles y manipulaciones burdas como si fueran hechos probados. Casi todos los medios de comunicación ─y digo casi para mantener una oportunidad a los nobles intentos─ nos confunden mezclando hechos y opiniones en un totum revolutum expresado con cara de póker. No es ya la línea editorial de cada conglomerado mediático ─que se acepta y se asume─, es el intento deliberado de mentir para crear una opinión ad hoc justo antes de cualesquiera elecciones para influir aviesamente en los resultados. Y el medio de comunicación que consigue manipular más y mejor, con mejores estrategias, es el que tiene detrás a los más aptos patronos financieros: el dinero como motor de todo movimiento social. Esos poderes financieros ─que mueven y malean las entrañas innobles del Estado─, dueños de la mayoría de los medios de comunicación (y dueños de las cadenas intoxicantes en redes sociales), han creado un auténtico Ministerio de la Verdad orweliano para configurar la voluntad de los ciudadanos… una masa de hombres y mujeres, dispersos por todas las geografías, aglutinados por una información manipulada, que creerán cualquier cosa que se les diga, por falsa que sea, y votarán cualquier cosa que se les insinúe, por retrograda que sea, incluso si va en contra de sus propios intereses materiales y de clase. Estos hijos de su madre nos han construido ─delante de nuestras narices─ una democracia irreal, digna hijastra de Orwell.

Casi siempre tengo la sensación de que los partidos políticos ─con contadas excepciones─ son sectas que se defienden de influencias exteriores encerrándose más radicalmente en sus propios caparazones ideológicos… y allí adentro no cabemos la gente de las aceras que dicen representar. Son caparazones construidos de convicciones inamovibles, argumentarios facilones y mantras que no necesitan reflexión. Forman estructuras grupales que laminan a las palomas y premian a los buitres. A las listas electorales ─nóminas cerradas a cal y canto─ solo llegan los buitres más agresivos, hombres y mujeres experimentados en el empleo de los codos para hacerse hueco en la barra política. Y cuando los buitres llegan al poder reclaman sus prebendas por haber dedicado su vida al partido… y así es cómo vemos a auténticos inútiles colocados en puestos de responsabilidad política como premio a su adhesión al líder o al partido, no a su destreza profesional… porque no tienen otra profesión que la de medrar en el partido y tomar café con la persona adecuada. Los buitres de la política no conocen a la gente de las aceras, para ellos solo son un voto cada cuatro años y trabajan para mantenerlos en esa intención… y, mientras tanto, la gente sigue malviviendo, la casa sigue sin barrer, el país por construir y el planeta por sanar.

Y entonces la gente acaba desencantada. Votar ya no es un acto alegre porque hoy sabemos que esta democracia es irreal. Y tenemos la mala sospecha de que, votemos lo que votemos, nos gobiernan esos conglomerados de intereses financieros, sin alma y sin representación, a través de nuestros elegidos, sean quienes sean… Y, finalmente, después de los bandazos estratégicos que cada partido tome, el postre de todo este desaguisado será un premio al nuevo fascismo, esa cosa negra y pestilente que emerge desde las cloacas de la historia. Ya sean de VOX o habiten en el PP. Y así continuamos para bingo…

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