FOTO: MIGUEL PARRA
FOTO: MIGUEL PARRA

Cada mes de septiembre, con el inicio del nuevo año escolar, retorna el protagonismo en la ciudad de los niños y los adolescentes. Es un protagonismo fugaz, fundamentado en razones de consumo: materiales, ropas, trasportes, etc. Después de esto, una vez reabiertas las puertas de los colegios e institutos, las rutinas otoñales de la vida urbana se instalan y los menores vuelven de nuevo a ser más o menos ignorados por las instituciones públicas y privadas que manejan el día a día de la ciudad.

Cuando, en otros momentos del año, las miradas se centran excepcionalmente en el colectivo más joven de Jerez, es o bien para destacar los problemas que sufren debido a la crisis socioeconómica en que vivimos, o bien, sobre todo, para quejarse de los problemas que causan: ruido, vandalismo, botellones, falta de modales, etc. Parece que los niños y adolescentes jerezanos sólo pueden ser o víctimas o criaturas molestas. Ya solo aceptamos una infancia: la nuestra, y hemos olvidado que nuestra niñez es la base sobre la que hoy caminamos.

Según los datos del Instituto de Estadística y Cartografía de Andalucía para 2017, la población jerezana menor de 20 años asciende a casi 50000 personas, es decir, constituye casi el 23% de los habitantes de la ciudad. Es una cantidad de personas demasiado grande para ser consideradas simplemente víctimas o verdugos.

Los datos poblacionales apuntan a que los menores son, en realidad, al contrario de lo que se piensa, actores y autores la ciudad, con pleno derecho a ser escuchados y atendidos.

Por eso, en este mes de septiembre, urge que las instituciones que gobiernan la ciudad pongan en marcha medidas destinadas a corregir este grave menoscabo. Además, cuando se piense por fin, como es debido, en los jerezanos y jerezanas menores de 20 años, se debería tener en cuenta que la categoría de edad es muy amplia, desde la niñez hasta la adolescencia. Así, los espacios urbanos y la gestión de estos deberían ajustarse para acomodar tanto a los más pequeños como a los adolescentes.

Reparar el papel de los jóvenes en la ciudad pasa primeramente por revertir el discurso de los adultos, donde suelen abundar, como sabemos, las opiniones negativas sobre los jóvenes por encima de las positivas. En segundo lugar, se trata de poner en marcha medidas concretas que contrarresten el declive de la presencia de los menores en las calles.

Con tanto jardín que no se pueden pisar y tantas áreas donde el juego está prohibido, cada vez se ven menos niños jugando en las plazas y participando de la vida urbana. Si no podemos imaginar una ciudad del mañana sin niños, entonces tendremos que imaginar mañana mismo esa ciudad que queremos, donde los niños y adolescentes tengan el protagonismo que merecen.

Uno de los principales problemas que se deberían resolver es garantizarles el acceso a toda la ciudad, y en particular al centro. En veinte años, los medios de transporte apenas han cambiado pero la distancia requerida para desplazarse a los escasos espacios públicos de la ciudad ha aumentado considerablemente, a medida que la ciudad ha crecido en extensión y en población. Los espacios públicos deberían ser más próximos, más igualitarios, más accesibles, más seguros y más deseables, con wifi gratuito.

Y, en fin, el nuevo proyecto de ciudad para los niños debería ir más allá de la cuestión de aumentar y mejorar los espacios disponibles para que estos puedan correr, jugar, explorar y reunirse libremente. Se trata, en definitiva, de optimizar la cohabitación entre jóvenes y adultos en las calles y, sobre todo, de establecer canales eficaces de comunicación entre los jóvenes y las instituciones responsables del diseño y la aplicación de las políticas urbanas.

Como dijo Pascal, la sabiduría debe hacernos volver a la infancia. Seamos como cuando éramos niños; hagamos como hacen ellos. Pues nada hay tan conforme a la razón como esa desaprobación de la razón tan característica de los niños y los adolescentes.

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