Una anciana en una imagen de archivo.
Una anciana en una imagen de archivo.

Dice Juanita que ella tiene un don porque lloró en el vientre de su madre. Hay muchas leyendas sobre niños que lloran antes de nacer. Durante el siglo XVIII creían en muchos lugares de España que si el feto lloraba tres veces en el vientre, y la madre era capaz de mantener el secreto, el bebé nacía con poderes sanadores. Pero si la madre lo contaba, el futuro niño perdía el don. Debe ser cierto lo de Juanita porque no pierde la sonrisa a pesar de lo que lleva encima: va en silla de ruedas de puro vieja y depende de otros para cualquier cosa, y para colmo tiene una pierna estirada, embutida en un arnés, y la otra doblada en posición normal. Menos mal que es una experta manejando la silla eléctrica por los pasillos de la residencia de mayores. Y a pesar de su situación, y de los achaques y dolores diarios, Juanita no abandona una sonrisa capaz de contagiar a cualquiera. Ese es su don… es que lloré en el vientre de mi madre, explica.

Por eso, cuando la veo venir por los pasillos de la residencia, me gusta que detenga su silla eléctrica junto a la de María, para que le coja una mano y le pregunte... ¿Cómo estás hoy, bonita? ¡Que hay que animarse, mujer! Pero María no le hace mucho caso, anda con la mirada desvaída y la cabeza llena de delirios, que no sabe qué es real y qué imaginado; ni sabe distinguir cuándo acaba el sueño y empieza la vigilia. No sabe por qué usan caretas esos seres que salen por las mañanas, o son muñecos directamente. No lo sabe. María no comprende por qué la atan a la silla cuando ella quiere ir al baño… es que no tienes fuerzas en las piernas, mamá, y te caes. Y tampoco entiende por qué levantan las barandas de su cama. Siente invadida su intimidad cuando la asean y le cambian el pañal y percibe que tiene que defenderse de esa violación con patadas y gritos.

La dejamos hablar de ese mundo inventado. Jura por lo más sagrado que es verdad lo que cuenta, que ella no está loca. Habla de lo que ve y de lo que piensa que le hacen. Y cuando se lo explica a su hijo para recibir su ayuda, el hijo no la contradice y le lleva la corriente como a las locas. Pero María sí se da cuenta de eso y le retira desengañada la mano que le tendía. Aparte de acompañarla, el hijo y la nuera no saben cómo ayudar, a estas alturas de la vida el bienestar no depende del dinero que emplees sino del cariño que apliques… Sólo queda escucharla, acariciarla y esperar a que la medicación haga efecto y la devuelva al mundo entendible, previsible y rutinario de una residencia de ancianos. Puede que entonces recupere momentos de felicidad. Ese es el pequeño gran objetivo. Que se relacione con sus compañeros, que no haya dolor, que duerma sin pesadillas, que se esfume la tristeza y que se sienta segura, protegida y querida.

Poco más. El tiempo nos vuelve frágil. Nos va acercando a nuestra quietud mientras el mundo segue girando perfectamente sin nosotros. No le hacemos falta al universo para que sea lo que tenga que ser. El tiempo es inexorable, fluye en un único sentido: hacia un final estático, sin movimiento y con la ausencia del propio tiempo como variable. Podemos aferrarnos a engañifas esotéricas o a fármacos que hagan el mismo efecto, pero el final es el mismo para cada conciencia: la nada. Un sueño eterno y sin pesadillas…

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