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Monarquía o república, he aquí el dilema. O quizá no, si consideramos lo que le dijo no recuerdo qué mandatario chino al entonces joven Felipe González: "Gato blanco o gato negro, lo importante es que cace ratones". Entre una república como la francesa y una monarquía como la holandesa ¿con cuál me quedo? En realidad me gusta el republicanismo francés... tanto como el monarquismo holandés. Lo importante es que en ambas naciones los niveles de democracia y de bienestar son muy similares, de ahí que franceses y holandeses celebren el “14 de Julio”, en el caso de Francia, o el "Día del Rey" (27 de abril), en el caso de Holanda, con el mismo democrático entusiasmo.

Es verdad que el retorno de la monarquía en España fue decidida, en principio, por Franco, lo que supone para la institución estar manchada por una especie de pecado original. Pero también es cierto que, muerto el dictador, fueron nuestros representantes políticos, desde la derecha franquista hasta el Partido Comunista, pasando por los nacionalistas catalanes, quienes acordaron que el retorno a nuestra nación de la democracia y de las libertades cívicas sería mucho más viable bajo el paraguas de la monarquía. O sea, que la monarquía se instituyó en España gracias a un gran acuerdo nacional. Un hecho verdaderamente histórico por insólito, dado el estado permanente de división y de enfrentamiento que caracteriza al pueblo español. Pienso que de reinstaurarse hoy la república debería hacerse, para que tuviera la misma legitimidad que la actual monarquía, mediante un acuerdo similar de las principales fuerzas políticas, desde el PP a Izquierda Unida, lo cual en en estos momentos resulta absolutamente imposible.

Se arguye en contra de las monarquías que son menos democráticas que las repúblicas, dado que al rey no lo elige nadie. Pero el argumento se cae por sí solo, ya que en las monarquías constitucionales el Jefe del Estado -el rey- no tiene ningún poder ejecutivo ni legislativo. De ahí que nadie pueda negar que monarquías como las de Holanda, Reino Unido, Bélgica, Suecia, Noruega o Dinamarca sean tan democráticas como las repúblicas de Francia, Alemania, Italia, Portugal, etcétera. Aparte de ser un Jefe del Estado profesional, en tanto que al heredero se le educa para ser rey -o reina- desde el día de su nacimiento, el monarca, cuya principal función es meramente representativa (como el Presidente de las repúblicas no presidencialistas, tal era el caso de la II República Española), tiene a mi entender la gran ventaja de no pertenecer a ningún partido político, lo que le permite ejercer con mayor equidad su papel de árbitro, y ser el representante de todos los ciudadanos, no solo de los que le habrían votado.

Y por último, según norma de oro que dicta la experiencia, las cosas que funcionan es un grave error tocarlas o cambiarlas. Y la actual monarquía española, a pesar de sus errores y escándalos, nos ha proporcionado las décadas más prósperas y democráticas de toda nuestra Historia. Algo que se niegan a reconocer, a pesar de su evidencia, muchos de los forofos partidarios de proclamar a toda costa una tercera república, como si un mero cambio en la Jefatura del Estado fuera el remedio a todos los problemas. De ahí las descalificaciones que lanzan un día sí y otro también contra el proceso de Transición y contra la Constitución y nuestra actual democracia, a la que despectivamente tildan de “régimen”, como si se tratara de una continuidad maquillada del franquismo. Descalificaciones que hallan terreno abonado entre quienes por su edad no conocieron la dictadura, y entre quienes jamás han abierto un libro de Historia.

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