Urna con papeletas, en unas pasadas elecciones.
Urna con papeletas, en unas pasadas elecciones. JUAN CARLOS TORO

El nuevo casting será pronto. En todos los hogares, políticos, se ensayan guiones en la búsqueda incansable del personaje más adecuado que permita, a sus respectivos líderes, conseguir el papel. Y, aunque España es una obra coral, no ha de pasar mucho tiempo sin que seamos convocados a la búsqueda de un nuevo príncipe que imponga la justicia en nuestra patria, o, como diría Dante Alighieri, nuestro nuevo Lebrel.

La España inacabada, que así podríamos titular esta obra colectiva que escribimos, se encuentra, en estos momentos, en el capítulo en el que es unánime en la necesidad de desalojar de palacio al viejo Mariano, antiguo Lebrel transformado en Loba, si seguimos con el juego de Dante, símbolo de los pecados de engaño, fraude, abuso de confianza y traición. Demasiadas Panteras, símbolo del pecado de incontinencia (en estos casos al dinero más que a la carne), alrededor del veterano gladiador de la política.

Pero ahí acabó la unanimidad. El modo en que haya de ser desahuciado el líder conservador concita más desavenencias que acuerdos. Y, quizás, sea esta la única posibilidad que le resta para eludir el desalojo. Si sus adversarios políticos yerran al establecer las prioridades todo puede quedar en acto fallido. Y es esta circunstancia la que añade interés al momento político presente. El juego de las calculadoras podría desvanecer la ilusión del cambio.

Y traigo a colación esta posibilidad, pesimista ciertamente, porque, de sucedernos, no sería la primera vez en nuestra historia reciente. Acabada la infernal legislatura de la mayoría absoluta (la de los despidos masivos, los desahucios diarios, la de los salarios de miseria, la de la ley mordaza, etcétera), el Partido Popular pudo ser enviado a la oposición, y algunos no quisieron. ¿Qué ha cambiado desde entonces para que se disuelvan los vetos que entonces impidieron lo que hoy se pretende? Ahí lo dejo.

Pero también puede ocurrir que se produzca el acuerdo, de mínimos, pero acuerdo. Y que el viejo lebrel, sus panteras y gentes honradas del partido conservador, en el que de todo hay, pasen a la oposición y empiecen a purgar por sus múltiples pecados. Podremos comprobar, en muy poco tiempo, qué estatura política tienen realmente nuestros jóvenes líderes. Ojalá no se equivoquen, perderíamos todos.

Dos eran los ejes de discusión en el previo. Moción de censura o no y convocatoria de elecciones. La original propuesta de Ciudadanos, pedir simplemente la dimisión a Rajoy, era sencillamente ridícula, así como cualquier atisbo de emplear la misma estrategia que en Murcia y en Madrid. La audaz presentación de la moción de censura (esperemos a conocer su alcance y resultado para emplear un calificativo más descriptivo), por parte de los socialistas, ha reducido el debate, de fondo, a una sola pregunta: cuándo las elecciones.

¿Gobierno monocolor o gobierno de concentración? Si el nuevo gobierno naciese para convocar las elecciones, la pregunta carecería de interés

En este sentido, toda la oposición comparte la necesidad de la convocatoria, pero discrepan en el carácter que ha de dársele a la moción. Ciudadanos, calculadora en mano, reclama que tenga carácter instrumental y que se celebren inmediatamente las elecciones. Y está en su derecho, aspira a ganarlas, y disfruta de una posición privilegiada según la demoscopia. Podemos, en cambio, juega en estos momentos un perfil bajo, o a mi me lo parece, enfrascados como están en el asunto del chalé. El Partido Socialista, por su parte, y también calculadora en mano, defiende la pronta convocatoria, pero pretende una breve estancia en el gobierno para recuperar la normalidad institucional. Esperemos que sean capaces de conciliar sus distintos intereses y lleven a buen puerto el desalojo. Lo contrario sería un suicidio colectivo.

Llegados hasta aquí se plantean varias alternativas, que están en función de los intereses partidistas aunque se pretenda darles apariencia de patriotismo. ¿Gobierno monocolor o gobierno de concentración? Si el nuevo gobierno naciese para convocar las elecciones, la pregunta carecería de interés. Ahora bien, Pedro Sánchez cometería un error imperdonable si consiguiese la nominación aupado por los votos nacionalistas, habida cuenta que, entre otras, en estos momentos nos jugamos la salvaguarda del estado, en su configuración constitucional, debido al insensato y antidemocrático órdago de los independentistas catalanes (que dan carta de naturaleza a un referéndum fallido, carente de las mínimas garantías, y lo han convertido en un nuevo símbolo de su inventada iconografía).

Solo podrá salir con bien, la moción presentada, digo, con el apoyo de los restantes partidos constitucionalistas, excepción hecha del PP, claro está. O perderla y que los demás se retraten. Pero el atajo de los anti estado (independentistas y amigos de los asesinos de ETA) condenaría al Partido Socialista al ostracismo por muchos años.

El gobierno de concentración sería la verdadera posibilidad de que la moción saliera adelante y el nuevo gobierno permaneciese un corto período de tiempo, ejerciendo de tal, de manera más que justificada. El tiempo necesario para derogar la reforma laboral y la ley mordaza. Un gesto progresista y elecciones. Todo lo demás, suicidio político. A este país le hace falta sacudirse la caspa ultraconservadora e involucionista que nos han traído los gobiernos de la derecha más rancia de la Europa del Euro, amén de recuperar la higiene imprescindible tras la corrupción estructural que parece comienza a desmontarse.

Los problemas del país siguen siendo radicales, los dirigentes deben estar a la altura y ha de evitarse la fractura social que las políticas ultraliberales pretenden imponernos, y que en buena parte ya han conseguido. Con millones de parados, salarios de miseria (somos el único país, junto con Grecia, que aún no recuperó los niveles salariales anteriores a la crisis), reducción del poder adquisitivo de los pensionistas, desahucios indiscriminados y la libertad de expresión maltratada y perseguida, el que venga, ha de venir a hacernos recuperar la esperanza, o que no venga. Se llame como se llame. La mecha del descontento ha prendido ya, y este país, si la dirigencia no espabila, puede llegar a ser imprevisible. Y si no, al tiempo.

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