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El Portu anda estos días agobiado porque recibe amenazas e insultos en las redes sociales, tras su “emocionado” acto de ajusticiamiento del Toro de la Vega. Si no saben quién es El Portu crean de verdad que me alegro, pues tener una millonésima parte de la neurona más remota del cerebro ocupada por el recuerdo de este individuo de raza humana sería un verdadero despilfarró. Sí, sí… a mí me pasa. Me pasa que un buen día reflexiono sobre la cantidad de humanos indeseables que habitan en mi memoria y entonces, emulando a Torrente, me digo a mí mismo ¡vais, vais, vais...!, y así me reseteo y elimino los bytes de basurilla mental que genera vivir en la sociedad de la información.

Si yo tuviera pensamientos primitivos, hubiera deseado que la lucha de este héroe del pueblo de la Serreda contra Elegido -que era el nombre del difunto astado- se hubiese saldado con unas cuantas costillas rotas, cuarto y mitad de fémur fracturado, un brazo tronchado y a lo mejor un ojo reventado... Entiéndanme: que no hubiera sido por mala leche mía, si no más que nada para que El Portu hubiese podido reflexionar un par de meses en el hospital de Tordesillas (si es que lo hay), enyesado hasta las cejas, sobre el sentido de la vida y la muerte y la insoportable levedad del ser, título de una novela de Milán Kundera que no creo que se haya leído este alanceador. Además, la gloria de El Portu hubiese sido mayor, y me explico: no es igual alzar la lanza ejecutora del triunfo con la cara reventada por asta de toro que luciendo indemne el palmito. Un héroe alcanza su mayor gloria bañado por la propia sangre.

Pero como me he sensibilizado mucho en la defensa de todos los animales sin exclusión, yo nunca hubiese deseado ningún percance a El Portu, que ha sido lógico triunfador de esta edición del Toro de la Vega, pues en una lucha entre dos animales siempre tiene las de ganar el más animal, de ahí que el toro acabase muerto y su verdugo vivo. Si el más animal hubiese sido el finado Elegido a buen seguro que aún estarían llorando del disgusto en la Vega de Valdegalindo, y quién sabe si el propio Rajoy hubiese otorgado ya alguna medalla a la furia, el valor y la sacrosanta tradición. A título póstumo, claro.

No hay cosa más extraordinaria para promover la imagen de España en el mundo que seguir celebrando esta fiestas del sufrimiento, en la que un toro es perseguido, torturado y muerto mientras su verdugo es ensalzado como un machote extraordinario y treinta mil animales humanos celebran esa orgía de dolor y de sangre.

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