Mi experiencia en la concertada

Curiosamente, poco tiempos después, saltó a las noticias el caso Gescartera, un caso de dinero negro en paraísos fiscales, y se conoció públicamente que las monjas en cuestión habían evadido millones de euros a las islas Caimán.

Una clase, en una imagen de archivo.
Una clase, en una imagen de archivo.

La primera etapa de mi carrera laboral, justo al terminar la carrera, fue como docente en un centro concertado. Aquél verano pasaría de ser alumno a profesor de Enseñanza Secundaria. Como para muchos otros compañeros, los colegios concertados fueron nuestra puerta de entrada a la profesión. Solo había que echar el currículum; tuve suerte, y me llamaron para empezar en septiembre. El colegio pertenecía a una congregación de monjas con sede en un pueblo de Córdoba. Se daba la circunstancia de que había salido una normativa que incentivaba la contratación de jóvenes licenciados, y por eso coincidimos allí varios compañeros nuevos, recien salidos de la facultad, a los que nos hicieron un contrato en prácticas de un año, prorrogable un segundo curso, con nómina a cargo de la Junta de Andalucía, como centro concertado que es. Algunas de las mejores experiencias que he tenido en un aula son de aquella época.

Recuerdo, por ejemplo, que las clases de Geografía e Hitoria se convertían a veces en interesantísimos debates. Hablábamos de todos los temas: turismo, demografía, emigración, o cualquiera que ellos propusieran. Los alumnos sabían hablar, pero también, no menos importante, sabían escuchar las opiniones de los otros. Cayó en mis manos un libro de anécdotas de personajes históricos, sobre las cuales el autor proponía preguntas para hacer pensar y dialogar acerca de los valores que transmitían. Así, una alumna leía la anécdota de ese día y las preguntas que seguían a dicha anécdota, con lo que se iniciaba el debate, que para mi sorpresa y deleite, ya no paraba hasta que acababa la hora, con gran participación e interés por parte de toda la clase.

De las lecciones de Lengua y Literatura también conservo un recuerdo muy gratificante. Los almnos de 3º de ESO leyeron la novela Sin noticias de Gurb de Eduardo Mendoza. Para trabajar el contenido, no hicimos un examen ni un trabajo escrito. En su lugar, y como experimento, les propuse un trabajo por equipos: un grupo analizaría el tratamiento del tiempo, otro la situación en el espacio, los personajes, el uso del lenguaje, etc. Finalmente, exponían al resto de compañeros las conclusiones de su análisis. Aunque al principio, pusieron algunas caras raras, enseguida se pusieron a trabajar en sus respectivos equipos. Tras unos días de preparativos, hicieron las exposiciones. Todo tuvo mucho sentido al final, encajaron todas las piezas del puzzle a la perfección, demostrándome mis alumnos que se puede trabajar una obra literaria contemporánea en su totalidad de forma práctica y significativa.

Siempre digo que la profesión de docente, a diferencia de otras como médico, abogado o arquitecto, no ofrece resultados evidentes de forma directa. No ves el resultado de tu trabajo, ni disfrutas de la recompensa de tantos esfuerzos. A menos, de forma inmediata, no. Sin embargo, pasados los años, me he encontrado con alumnos de aquella época, que ya son ingenieros o psicólogas. Realmente, es una gran satisfacción personal que te recuerden, y no solo eso, sino que te agradezcan todo lo que hiciste por ellos, o que incluso, también me ha pasado, te cuenten que lo que le enseñste le sirvió para conseguir su trabajo. Es en momentos así cuando compruebas que ha valido la pena.

Aquella primerísima etapa duró apenas un par de cursos. Tras agotar el segundo año de contrato en prácticas, si nos renovaban, tenían ya que hacernos un contrato indefinido. La monja directora habló uno por uno con los profesores que estabamos en la misma situación y nos dijo que, lamentablemente, la empresa no tenía dinero para hacernos fijos, por lo que fuimos al paro y seguimos nuestro camino por otra parte. Curiosamente, poco tiempo después, saltó a las noticias el caso Gescartera, un caso de dinero negro en paraísos fiscales, y se conoció públicamente que las monjas en cuestión habían evadido millones de euros a las islas Caimán. Adivina adivinanza dónde podrían ir a parar sus soñados 'cheques escolares'.

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