El penúltimo

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Periodista, licenciado en Comunicación por la Universidad de Sevilla, experto en Urbanismo en el Instituto de Práctica Empresarial (IPE). Desde 2014 soy socio fundador y director de lavozdelsur.es. Antes en Grupo Joly. Soy miembro de número de la Cátedra de Flamencología; hice la dramaturgia del espectáculo 'Soníos negros', de la Cía. María del Mar Moreno; colaboro en Guía Repsol; y coordino la comunicación de la Asociación de Festivales Flamencos. Primer premio de la XXIV edición del 'Premio de Periodismo Luis Portero', que organiza la Consejería de Salud y Familias de la Junta de Andalucía. Accésit del Premio de Periodismo Social Antonio Ortega. Socio de la Asociación de la Prensa de Cádiz (APC) y de la Federación Española de Periodistas (FAPE).

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Si no pudiera escribir, si tuviera que morderme la lengua y agarrar mis manos, que atrás hubiese una causa. Una batalla y una razón que sienta como propias y merezcan la pena dejar hasta las entrañas.

Si suena a despedida, no era la intención. Si sabe a final, ha sido sólo un error. Otro más. ¿Por qué escribo? Y entonces anoto en la mente: porque apenas sé hacer otra cosa, por costumbre, por frustración, por ordenar ideas, para no enfrentarme a mi conciencia de madrugada.

¿Por qué escribo? Insisto: por rebeldía, porque ya no cuento historias, porque soy incapaz de crear una novela, por los recuerdos, para que no se olvide lo que quise alguna vez decir, por esa frase de mi madre que se clava como cristales: "Ya apenas escribes, ¿no?".

¿Por qué escribo? Por los años que estudié y los libros que leí. Por los países que no visité, por los proyectos que se quedaron por hacer. Por perder el miedo a la página en blanco. Por los fracasos, que no saben amargo si se escapa una sonrisa. Porque quiero. Porque amo.

Alguna vez pensé que los caminos me llevarían muy lejos de donde me encuentro, que las trincheras olerían a tinta y que mi firma aparecería impresa en el papel. Alguna vez pensé. Y todo pasó tan rápido que no dio tiempo siquiera a acabar aquello que imaginaba. Todo cambió tanto, que cuando abrí los ojos, el mundo era diferente a cuando los cerré. Todo estaba por hacer y nadie sabía cómo.

Y escribo porque me lo piden los pulmones, porque me sale de adentro. Porque algunas veces quema y otras arde, entonces no existe otra forma de hablar de mi barrio, de la ciudad, de lo vivido y de lo bebido. Y si hay que hacerlo, que sea desde la piel, el estómago y la razón. Y si hay que hacerlo, que sea con nombre y apellido y cargue mi espalda con lo bueno y con lo malo. Sin más consecuencias que las propias. Sin una mochila detrás, sin perjuicios por intereses torticeros.

Pero si no. Si no pudiera escribir, si tuviera que morderme la lengua y agarrar mis manos, que atrás hubiese una causa. Una batalla y una razón que sienta como propias y merezcan la pena dejar hasta las entrañas. Y si no fuese posible, si el "no" fuera la mejor razón, que sea por implicación. Una implicación que duela y arrase las convicciones de juventud y tantos cafés de universidad. Un "no" que no avergüence, al contrario, que hinche el pecho de orgullo.

Si sólo al reír, al soltar la carcajada, el aliento queda limpio y la cabeza despejada, sólo entonces —únicamente entonces— podría quedarme tranquilo. Si sólo al mirar a los ojos de ciertas personas pudiera soltar la verdad sin que las piernas temblaran, entonces —únicamente entonces— valdría el sacrificio. Y si esto suena al último, sepan que no. Sólo es el penúltimo.

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