El oro y el moro

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Estudió filosofía, estética e indología en las universidades de Sevilla, París y Leiden. Autor de 'Malas hierbas: historia del rock experimental' (2014), 'La prisión evanescente' (2014), 'El dios sin nombre: símbolos y leyendas del Camino de Santiago' (2018), 'El Palmar de Troya: historia del cisma español' (2019), 'Mitología humana' (2019) y la novela 'Los ecos de la luz' (2020). oscar.carrera@hotmail.es

El infame pozo, aquí abierto para el rescate, no superaba los 60 centímetros de anchura en algunos tramos.
El infame pozo, aquí abierto para el rescate, no superaba los 60 centímetros de anchura en algunos tramos.

El pasado 15 de agosto, mientras media España estaba de romería, los servicios de rescate extraían el cadáver de un pastor de origen marroquí de un pozo de diez metros de profundidad en las inmediaciones de la zamorana ermita de Cristo de Valderrey. Se postula que falleció por asfixia (en el fondo del pozo el nivel de oxígeno no llegaba al 20%) y posiblemente por respirar componentes sulfurados, una muerte narcótica conocida como "la muerte dulce" que no debió de acarrearle un sufrimiento excesivo.

La razón de tal excavación fue que el pastor, de nombre Jilani, había oído hablar a su jefe de que en la zona "había un tesoro enterrado, que podría ser incluso oro". Lo que no se sabe si fue una fábula, una broma cruel por parte del patrón o antigua leyenda popular animó al pastor a dedicar las noches de cuatro años a horadar el terreno para dar con el tesoro legendario, con la colaboración de un amigo también pastor, y portugués, con quien compartía alojamiento en Roales del Pan. Con calderas y poleas ambos inmigrantes sembraron el terreno de agujeros, semana tras semana, mes tras mes, en pos del oro oculto de las entrañas de Zamora.

Pocos vecinos recuerdan a Jilani más que como una sombra furtiva en su bicicleta, cuya vida consistía en cuidar de las ovejas en el monte durante todo el día y, de noche, dar rienda suelta a su ambición excavando pozos hasta el amanecer. Hoy todos niegan haber sido el que le dio la funesta idea del tesoro, pero no niegan que rara vez entablaron conversación con él en los cuatro años que vivió en el pueblo, pese a que residía en zona céntrica. Casi ningún vecino le pone rostro. Al inquirir la prensa sobre el supuesto tesoro, los más mayores recuerdan que, hace muchas décadas, "la gente iba con cuerdas y hacía pozos" buscando su fortuna. Un hortelano zanjaba:  "¿Un tesoro? Ahí no hay más que pobreza".

Historias de pueblos y tesoros subterráneos abundan en el folclore español, el cual sublimó las privaciones del pueblo con fabulaciones que, si no inspiraban una precipitada búsqueda, por lo menos nos ofrecían el consuelo de que algún día podríamos dar con un mágico caldero que disipara las penurias de la vida cotidiana. Una de las variantes más asombrosas es la de los mouros, o moros, una raza de enanos o gigantes que pululan bajo los campos gallegos y con quienes algunos identificaron a los musulmanes que se batieron en retirada con sus riquezas y alhajas a túneles y cavernas, ante un cristianismo que, de acuerdo con los historiadores (que como de costumbre contradicen el recuerdo ancestral del pueblo), nunca precisó de reconquistar la región.

El mundo gira y gira y en 2016 era el moro el que perseguía el oro y el cristiano el que estaba en condiciones de prometérselo. El marroquí no era el único que creía que bajo la epidermis de Occidente se esconde El Dorado. Que cruzó como mejor pudo la fosa común más profunda para alcanzar las costas soleadas de un mundo donde le aseguraron que, cual rey Midas, doraría su vida azarosa.

Escribió Ramón J. Sender en el ‘El verdugo afable’ que el esoterista extremeño Mario Roso de Luna y el dramaturgo Ramón del Valle Inclán se trataban en los tiempos del Ateneo de Madrid y, viendo el primero la pobreza de la que hacía gala (no sin desmesura) el inventor del esperpento, le reveló la existencia de un tesoro escondido custodiado por siete gnomos. A partir de entonces, Valle Inclán no cesó de increparle para que le condujera al tesoro. “¿Y los gnomos se muestran propicios?”. “Hasta ahora sí, don Ramón. Pero hay que esperar”.

Siempre es fácil lanzar una promesa y después desentenderse porque su cumplimiento depende del mouro. El infortunado pastor pereció en un sueño dentro de un sueño: el sueño rabioso y delírico de dar con aquello que se le había prometido. Aunque tuviera que excavar y excavar hasta el averno.

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