david_cameron.jpg
david_cameron.jpg

Hay muchas cosas inútiles. Un simple vistazo a nuestro alrededor es suficiente para darse cuenta. El sufrimiento inútil, la preocupación inútil, las grafías inútiles (como la hache en español, la ge y la jota para un idéntico sonido, o los sufijos impronunciables en francés, inglés y demás lenguas coloridas). Inútil es hacer deporte tras una ensaimada, intentar comprender a una mujer, matricularse en ciertas carreras, negar el paso del tiempo, dejar el alcohol en Nochevieja, el alfa y el omega del paquete de pan de molde, intentar comprender a una mujer… —este reto merecía aparecer dos veces en la enumeración por motivos obvios—. Estamos rodeados de objetos, artilugios y cachivaches de dudoso provecho, incluso sin necesidad de trascender la propia anatomía.

El cuerpo humano ha evolucionado durante miles de años, a lo largo de los cuales ha desarrollado capacidades como la de caminar erguido o la de potenciar la supervivencia de sus crías mediante un período de gestación más largo que el de otras muchas especies. Sin embargo, aunque ha ido desechando características primitivas, aún conserva también órganos o huesos innecesarios. Por ejemplo, seguimos padeciendo la salida (en ocasiones, trágica) de las muelas del juicio, cuando nuestra dieta actual hace que su función en nuestra boca sea nula. Contamos también con los denominados “músculos extrínsecos del pabellón auricular”, cuya única e imprescindible función es la de permitir a algunas personas mover sus orejas. Mantenemos el cóccix a pesar de que perdimos la cola, perdura el vello corporal pese a que no sirve para nada —salvo para que los gurús de la depilación láser hagan su agosto—, conservamos un pequeño músculo situado debajo del hombro que va desde la primera costilla hasta la clavícula y que solo tendría utilidad de seguir caminando a cuatro patas. Aunque mi favorito entre las aplicaciones sin sentido del cuerpo humano —lo que podríamos denominar el universo de las app corporales— es el llamado músculo de la piel de gallina. Se trata de unas fibras musculares lisas que permiten a los animales erizar su pelaje, pero dado que los humanos hemos perdido el pelaje, resulta un tanto inservible que sigamos conservando esa habilidad. No negaré que es curioso, probablemente hasta entrañable, pero inútil.

Esto de la ineficacia en los cuerpos humanos nos puede trasladar también a la falta de utilidad en las mentes, o mejor dicho, en lo que se introduce en ellas. Esta pregunta acude a mi pensamiento cada vez que me topo con noticias como esta: “¿Cuánto valdría una fotografía en la que se retrata a David Cameron en sus años mozos introduciendo sus genitales en la boca de un cerdo muerto?”. Sí, pueden volver al inicio de la frase tanto como quieran, pero seguirán leyendo lo mismo. Esta semana un medio español de cobertura nacional abría con esta frase un texto titulado: “David Cameron y el ritual sexual que tuvo con un cerdo”. Resulta que un ex amigo del primer ministro británico —que había donado, por cierto, unos ocho millones de libras al partido a la espera de un nombramiento en el gabinete que nunca se produjo— ha decidido sacar a la luz ciertas prácticas sexuales oscuras del político conservador en una maniobra de venganza. El caso es que en apenas unos minutos el hashtag #PigGate se convirtió en viral y los comentarios se propagaron a velocidad de vértigo por las redes sociales en medio mundo.

Es posible que el morbo sea la única y más que previsible respuesta bajo el sol pero eso sigue sin precisar cuál es la utilidad real de estos contenidos. El interés de este tipo de “cuestiones” cosifica a sus protagonistas convirtiéndolos a su vez en objetos de dudoso servicio. La utilidad del famoso es algo fascinante. Es fácil saber para qué le sirven al poder: para anestesiar a las masas, enganchadas a lo superfluo e inactivas colectivamente, pero ¿para qué nos sirven a nosotros? Quizás haya personas que existen para que otros tengan de qué hablar o en qué entretenerse, como ocurría con los bufones de la corte o con los gladiadores del circo romano. De igual modo que el portero de una finca tiene entre sus cometidos inventar cotilleos, los medios asumen dicha responsabilidad honrosa con devoción. Va en el sueldo. Se eriza la piel aún sin pelaje, carecemos de juicio aunque físicamente podamos morderlo, alimentamos la mente a base de un inmaterial penoso. Nos estamos llenando de la nada las entrañas. Sean cuales sean las células, nutrirlas de vacío desemboca en la muerte. 

Lo más leído