El movimiento 'Incel' o el derecho a practicar sexo

Una persona navegando en internet.

A toda acción le corresponde una reacción. Frente al auge en el mundo occidental de movimientos como Me too o las huelgas feministas del 8-M, se está produciendo otro movimiento de signo opuesto, radicalmente contrario. A través de las redes sociales ha surgido una corriente de opinión llamada Incel. De momento en España no ha arraigado demasiado la propagación de esta nueva tendencia, que solo se está desarrollando con relativo éxito en USA y en Canadá. El nombre proviene del inglés y significa: involuntary celibates (célibes involuntarios). Algunos creen que este grupo empezó como una corriente minoritaria dentro del movimiento trol. Sus correligionarios se mueven por internet bajo el anonimato. Los más fanáticos se concentran en la página Incels.me que no admite a mujeres. En ese sentido, varios de sus partidarios más extremistas han sido los causantes de diversos atentados indiscriminados en los dos países americanos antes mencionados.

Sus adeptos, hombres heterosexuales y vírgenes o que practican sexo con escasísima frecuencia (menos de una vez cada seis meses), reivindican que el coito debe ser un derecho y estar garantizado por el Estado al mismo nivel que los otros derechos como la educación, la justicia o la sanidad. Estos varones consideran que las mujeres los discriminan, pues siempre prefieren a otros, y que, como consecuencia de ello, están privados de libertad sexual. Creen que no tienen posibilidad de elección, ya que a ellos siempre les dicen no y nunca consiguen el consentimiento femenino. Estiman que, al contrario de ellos, cualquier mujer que desease hacer el amor obtendría el acceso carnal sin dificultad. Sin ninguna duda, piensan que no hay equivalencia entre los dos géneros, el masculino y el femenino, y no pueden ser tratados de la misma manera, porque si fuese así estarían marginados y no se aplicaría la igualdad real, en función de sus desigualdades.

Sus propuestas han sido cursadas en varios estados americanos. Exigen leyes que amparen sus reivindicaciones y demandan que en los presupuestos de las administraciones se aprueben partidas para adquirir robots sexuales y pagar prostitutas que presten el servicio y, así, se atiendan sus teóricas necesidades básicas. Valoran que en una sociedad del siglo XXI los estados están satisfaciendo muchas de las necesidades del individuo, pero que esa que tanto valoran, en su caso, no está cubierta.

La mayoría de sus miembros se sienten maltratados socialmente y destilan odio contra las mujeres que los rechazan y contra los hombres que son aceptados por esas mujeres, en vez de ellos. Al estar bajo el paraguas de internet su odio se retroalimenta con las opiniones de exaltación de sus compañeros de ideas internatutas. Sus actitudes denotan una inadaptación social de muchos de sus miembros y una falta extrema de educación emocional, producto del constante rechazo recibido. Se sienten humillados y vejados por las mujeres. Están convencidos de que el papel de la mujer es estar siempre al servicio de los hombres. En cambio, constantemente observan en la sociedad todo lo contrario e, incluso algunos, se advierten perseguidos. Eso les produce miedo, criminalizando a las mujeres liberales de su situación de desamparo. Se estima que unas 40.000 personas forman el núcleo duro de esta corriente de opinión y que poco a poco va consiguiendo más adeptos en otros países, a medida que avanza el movimiento contrario. Fenómenos como las manifestaciones en contra de La Manada están consiguiendo agrupar a hombres que se sienten amenazados con esas demostraciones de fuerza, hasta el punto que algunos se han convertido en activistas anónimos para difundir la identidad de la víctima o intentar destrozar su reputación con comentarios sexistas denigrantes.

El odio solo genera el odio. Un odio a los mujeres genera un mayor odio hacia los hombres y viceversa. ¿Para cuándo hablaremos del bienestar de las personas y de la humanidad y de avances sociales y no de lucha de sexos?

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